Skip to main content

Por Ricardo Monreal Ávila

Hoy se vota en Gran Bretaña --las más antigua de las democracias occidentales--, la permanencia o retiro de este país de la Unión Europea. Los sondeos previos perfilan una votación muy cerrada entre “salir” (Brexit) o permanecer (Bremain).

Si gana “salir”, será un golpe duro a la globalización económica tal como se conoce hasta ahora (mercados, comercio, flujos de capital y de personas, con las menores restricciones posibles). Si gana la “permanencia”, no será propiamente extender una carta blanca a la globalización, sino una oportunidad para revisar y actualizar sus alcances y perspectivas a mediano plazo.

En todas partes hay una tendencia marcada a revisar los tratados de libre comercio y las uniones económicas regionales que se presentaron hace treinta años como un instrumento valioso para desarrollar naciones, generar riqueza y llevar prosperidad a los pueblos.

Hoy se cuestiona a la globalización económica porque sí generó riqueza como nunca antes en la historia de la tierra, pero la concentró en pocas manos, y el camino a la prosperidad se convirtió en un mecanismo para la mayor desigualdad social al interior de las naciones.

Curiosamente, los principales avances surgidos de la globalización pertenecen al orden político y jurídico internacional, y tienen que ver con la promoción de la democracia en la mayor parte del planeta, el fortalecimiento universal de los derechos humanos y la creación de cortes penales internacionales para castigar excesos de poder de lessa humanidad, como el genocidio.

Fuera de estas aportaciones extraeconómicas, los fundamentos, programas y políticas económicas proclives a la globalización están siendo cuestionadas en la mayor parte del planeta y su legitimidad se está poniendo a prueba en las urnas en la mayor parte de las democracias occidentales.

No sólo en Gran Bretaña se está preguntando a los ciudadanos si desean continuar o salir del gran bloque económico mundial que es la Unión Europea, sino en los Estados Unidos mismo, país globalizador y globalizado por antonomasia, se está llevando el tema de los tratados de libre comercio a las urnas.

En efecto, los tres aspirantes más fuertes que compiten actualmente en los Estados Unidos por la candidatura presidencial, Donald Trump (Republicano), Hillary Clinton y Bernie Sanders (Demócrata), están por la revisión de los tratados de libre comercio en su país. De manera especial, el TLC.

Trump y Sanders son los más antitratados. Argumentan que estos acuerdos comerciales han significado la pérdida de miles de trabajos formales para los norteamericanos, la baja en su niveles de vida y la exportación de industrias a otros países donde la mano de obra es más barata y “dócil” (es decir, sin sindicatos o sindicatos blancos). En este punto, Trump y Sanders van de la mano.

En México, el único aspirante presidencial que hasta el momento ha planteado la revisión del TLC y de otros tratados de libre comercio, es Andrés Manuel López Obrador. Los argumentos son similares al de los dos aspirantes norteamericanos: estos tratados han agudizado la desigualdad social, han pauperizado el ingreso de millones de trabajadores y han destruido la planta industrial y agrícola del país.

El apoyo a estos planteamientos está creciendo en Estados Unidos y, en su momento, se espera que suceda lo mismo en México, ya que los presuntos beneficios económicos y sociales del libre comercio no son percibidos por la mayoría de la población. La pregunta que surge de inmediato es hacia dónde se encamina esta revisión y si ello implica el regreso del proteccionismo económico.

El proteccionismo a ultranza, como el uso intensivo de barreras arancelarias al comercio, el cierre generalizado del mercado local a las manufacturas del exterior, la creación de una industria nacional sobreprotegida ante la competencia internacional, ese proteccionismo es prácticamente imposible restaurarlo, tanto en México como en Estados Unidos.

Sin embargo, sí es posible establecer áreas estratégicas de la economía donde la apertura indiscriminada ha dañado a diversos sectores de la población. Estas áreas son el campo, la banca, la industria extractiva, la industria textil, la industria del calzado y el sector energético.

El país debe aprender de las experiencias de al menos tres economías que nunca han abierto al cien por ciento sus sectores y han logrado tasas altas de crecimiento económico, practicando una apertura selectiva. Estados Unidos, China y la India han sabido proteger el campo, la ganadería y el sector financiero de aperturas indiscriminadas como las aplicadas en México en los últimos 25 años.

En China e India, la energía es manejada en su mayor parte por el Estado e inversionistas nacionales, regulando y acotando la participación del capital extranjero. Lo mismo sucede con la infraestructura hidráulica y de telecomunicaciones, donde la apertura tiene límites y topes.

En Estados Unidos y algunos países europeos, como Francia y Alemania, la actividad agropecuaria es de las más protegidas y subsidiadas, porque la producción de alimentos es considerada no solo una prioridad social sino de seguridad nacional. En México, en cambio, este sector ha estado totalmente abandonado o ha sido desmantelado por cada uno de los tratados de libre comercio suscritos en el último cuarto de siglo.

Las revisiones a los tratados de libre comercio difícilmente lograrán restablecer el proteccionismo decimonónico. Sin embargo, si van a meter un freno a la globalización económica indiscriminada. De ganar Trump, Clinton o Sanders la presidencia de los Estados Unidos, estaremos llegando al final de una etapa de libre comercio tal como la conocimos en el último cuarto de siglo.

Leave a Reply