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AMLO o el principio femenino de la política
Sabino Luevano

Si analizamos los discursos políticos y hasta la conducta corporal de los candidatos del PRI y el PAN, José Meade y Ricardo Anaya, nos daremos cuenta que la columna vertebral que los articula es un intento de razón. Meade lo que promete es ser básicamente un buen administrador. En su discurso no proyecta utopías ni apela a las emociones reinantes en México como la indignación, la reivindicación, el hartazgo, el odio e incluso la venganza. No lo hace por dos razones; no es parte de su ADN político personal y, de hacerlo, le podría restar puntos al ser una contradicción radical, rayando en perversión, con la institución a la que representa: el PRI.
Anaya, en cambio, sí puede explotar más la indignación popular y es lo que hace en sus discursos; promete acabar con la corrupción, la pobreza, la violencia etc. En fin: lo que prometen todos. Su problema es que, a los ojos de la gente, representa “más de lo mismo”, más del famoso “prian”, concepto creado por MORENA y que se ha popularizado entre sus seguidores. Al parecer la ruptura entre Anaya y Calderón, ha pasado desapercibida, lo mismo la alianza con el PRD. Si Meade carga en sus hombres todo el historial criminal del PRI, Anaya representaría a los azules, a Fox y Calderón, y sobre todo al segundo, para muchos el único responsable de la llamada “guerra contra las drogas”.
Del otro lado, está AMLO. Su discurso apela por completo a la utopía. Constantemente habla de “transformación radical”. Compara su movimiento con la independencia de México y se compara a sí mismo con Benito Juárez, Cárdenas o Zapata. Las figuras históricas, por lo demás, están bien escogidas; sobre todo los dos últimos, han calado hondo en el imaginario emocional de los mexicanos como hombres humildes que buscaron la justicia y la igualdad.
La razón no es necesariamente un atributo personal de AMLO. En las elecciones pasadas, vimos lo fácil que era sacarlo de sus casillas. En parte, este fue uno de los motivos que aprovecharon sus contrincantes y enemigos para venderlo como un ser rijoso, emocional, sin control, “peligro para México” y demás.
En esta elección, López Obrador ha utilizado la misma estrategia emotiva, pero al revés: en lugar de exasperarse y despotricar contra sus contrincantes o quienes lo critican, llama al “amor y paz”. Ha adoptado una actitud zen, budaica, estoica para resolver los problemas de México. La propuesta de la amnistía es un ejemplo de ello. López Obrador ahora se ha vendido como un patriarca sereno, bondadoso, que traerá paz y prosperidad a la nación. Aunque su discurso es de igual forma confrontador -como todos los discursos políticos- ahora lo hace desde la ironía, la careta de la paz, el perdón, la comprensión y otros tantos atributos cristianos.
Si comparamos ambos discursos -el del “prian” y el de MORENA-, podríamos decir lo siguiente: en occidente históricamente se ha asociado la razón a la masculinidad y la emoción a la mujer. Hasta la fecha reconocemos en el llanto fácil de la mujer que llora esa “emoción femenina”. En cambio, ese estoicismo masculino aprendido -y fingido- lo hemos asociado a una superioridad de pensamiento: la razón. En realidad, tanto la razón como la emoción no son neutrales ni buenas en sí mismas. Las dos generan sus propios monstruos. Cuando los nazis combinaron ambas, técnica y pensamiento mesiánico, ocasionaron la peor tragedia de la humanidad. Además, en realidad la emoción tiene tanto un lado masculino como un lado femenino. Trump basó su campaña apelando a las peores emociones masculinas del electorado blanco: la venganza, el odio a las minorías, a los inmigrantes, a las mujeres, a la vulnerabilidad etc. Prometió volver a hacer de Estados Unidos un país de machos alfa blancos, conquistadores y abusadores. La mayor parte de la gente no le compró el paquete, pero el colegio electoral sí.
En México la situación es diferente. Nuestro populista habla de una amnistía, no de continuar guerras y devolver a los mexicanos una masculinidad perdida. Esta idea, creo puede ser ingenua, pero a nivel discursivo es sumamente revolucionaria. Es ingenua porque no toma en cuenta un detalle: las reglas del crimen organizado son diferentes a las reglas del Estado. Probablemente muchas de las personas beneficiadas por una posible amnistía, serán ejecutadas por el narco si abandonan las organizaciones criminales. A nivel discursivo, sin embargo, la amnistía no sólo es pensar “fuera de la caja”, como escribiera Jorge Zepeda Patterson en alguna ocasión en El País, sino ir a contra-corriente de la imposición de la peor masculinidad que ha visto México en la historia reciente del país. Desde Salinas de Gortari, se impuso el libre mercado a balazos; empezó con el asesinato de un candidato a la presidencia, con masacres de indígenas y miles de opositores al régimen. Con Zedillo, la situación fue espeluznante: se hicieron crímenes económicos que dejaron a millones de mexicanos en el absoluto desamparo. El sexenio de Fox fue mediocre. Y en el de Calderón, inició la llamada guerra contra las drogas en la que todavía nos encontramos. Guerra, por lo demás, con un tinte clasista; que sólo ataca a las capas bajas del narco, a las más vulnerables, y nunca se mete con los verdaderos narcos, los administradores y empresarios que forman parte de estas organizaciones, lo que podríamos llamar el narco profundo. Ante este gran desmadre masculino, en donde la vida del mexicano ha sido devaluada al mínimo, llega un hombre rodeado de mujeres como Tatiana Clouthier, Yeidckol Polevsky, María Luisa Alcalde que promete amnistía, es decir, perdón y paz. Si nos ponemos junguianos, podríamos decir que después de 4 sexenios de bravura masculina, de desprecio a la vida, llega una promesa que parece apelar al principio femenino, a la recomposición nacional, a la sanación, a juntar los fragmentos de este país desmembrado y pegarlos. Si nos ponemos freudianos, podríamos decir que llega, por fin, un instinto de vida en clara oposición a la tanatopolítica neoliberal. Un hombre que inspira abrazos, cariño popular, fervor. Es decir: un hombre que despierta las emociones asociadas en nuestra cultura al principio femenino.
Ahora bien: esto no significa que tantas promesas y emociones despertadas, vayan a tener operancia política real de llegar MORENA al poder. Esto tampoco significa que López Obrador sea el hombre que México necesita; este no es un ensayo de apoyo ni de rechazo a Obrador. Este ensayo sólo se propuso analizar cuál es la importancia del discurso que promueve a nivel del imaginario nacional: un giro al principio femenino de cuidado al otro.

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