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La maquiavélica necesidad de Venezuela
Sabino Luevano

Ya sabemos que la situación de Venezuela no es trágica, sino lo que le sigue de lo que le sigue. Como profesor de inglés en Estados Unidos, ahora la mayoría de mis estudiantes hispanos son centroamericanos y venezolanos. Los mexicanos cada día se vuelven más escasos. Y las historias que me cuentan los venezolanos son terribles; hambre generalizada, corrupción, violencia, narcotráfico etc. Esta situación atroz ha obligado a miles de venezolanos a salir del país. Ahora bien: todos mis estudiantes venezolanos pertenecen a la clase media o a capas superiores en la escala social. Uno de ellos, hace algunos días, argumentaba que era necesaria la intervención de Estados Unidos para sacar a Maduro. Este no es el mejor argumento para alguien que se considera perseguido político en Latinoamérica. La historia de las intervenciones de Estados Unidos en América Latina es uno de los peores lastres cuyas repercusiones todavía padecemos. Por lo visto, el ser perseguidos políticos, no nos hace políticamente inteligentes. Varios de estos estudiantes, además, son blancos. Con esto no quiero decir que sólo los venezolanos blancos de clase media o de clase alta han sido perjudicados por la crisis venezolana. Lo que quiero decir, más bien, es lo siguiente: 1. Maduro no surgió en el vacío, así como el populismo nunca surge en el vacío: siempre hay condicione muy precisas que lo lanzan al poder. Cuando en un país hay terribles desigualdades sociales, es entendible que aparezca un caudillo con promesas de revanchismo social. 2. Para que un populista se mantenga en el poder, debe tener cierto grado de legitimidad. Según algunos de mis estudiantes venezolanos, la razón por la que Maduro está en el poder es el ejército y la burocracia. Sin lugar a dudas, el que un populista llegue al poder siendo militar y con el apoyo del ejército, ayuda bastante para mantenerlo en el poder. Aun así, considero que tiene que haber cierto grado de apoyo popular al régimen como para que se mantenga en el poder. Pinochet, por ejemplo, por más que le duela a la izquierda reconocerlo, tenía un grado de legitimidad muy alto entre varios sectores de la población chilena. Los dictadores, sean del color que sean, por un lado usurpan el poder y, por otro, sienten que “restauran” cierto orden legítimo. Tal fue el caso de la Guerra Civil Española. Cuando una República se instaura de panzazo y la mitad del país no está de acuerdo con varias de sus medidas, lo más probable es que se desate una guerra civil. Por desgracia, la mayor parte de la gente tiene un pensamiento práctico con respecto a la política y buscan obtener beneficios muy concretos e inmediatos. La legitimidad de Hitler, por ejemplo, radicaba en la transformación económica y la gran prosperidad que trajeron los nazis a Alemania. Recordemos que en 1930 no había redes sociales y era difícil para un alemán común predecir la peor tragedia en la historia de la humanidad. También hay que decir que si dictadores perversos son admirados por amplios sectores de la población, es porque amplios sectores de la población son perversos. Por ejemplo, Trump ganó porque amplios sectores de la población blanca son tremendamente racistas. Esta es sólo una razón de muchas. Otras son: el discurso nacionalista, proteccionista y obrerista.
Hay que aceptarlo: el discurso de la razón y el himno del amor y la amistad, no atraen a todo mundo. Hay gente que prefiere el discurso de la guerra, del ellos contra nosotros. La política nunca ha sido un escenario ideal. No sabemos si las democracias llegaron para quedarse. No sabemos qué nos espere en el futuro. El escenario internacional se ve complicado.
Volviendo a Venezuela, yo personalmente creo que es un desastre producto de errores humanos y corrupción patológica. Ahora bien: las crisis son cíclicas. Si en algún momento Venezuela vuelve a la prosperidad con el régimen chavista, esto será beneficioso no sólo para Venezuela sino para Latinoamérica. Con esto no quiero decir que apoyo las dictaduras o que espero que otros países sigan el modelo venezolano, que es un rotundo fracaso. Lo que quiero decir es, francamente, todavía más perverso. Considero que es necesario que exista un “ellos” para que el capitalismo tradicional se pueda ver en el espejo y tenga un poco de miedo. Hoy en día el capitalismo no tiene ningún contra-modelo y desfila, orondo, por el mundo sin la mínima posibilidad de miedo. Cuando existía la Unión Soviética, el capitalismo tenía miedo y vivía con el alma en el hilo. Lo que hizo, para impedir que sus clases populares cayeran en tamaña tentación, fue crear los estados modernos de bienestar. Paradójicamente, los máximos beneficiarios de la Unión Soviética no fueron las clases populares de los países soviéticos, sino las clases populares y medias occidentales, que fueron arropadas por un Estado de bienestar para que se olvidaran de tentaciones utópicas. En 1935, Estados Unidos pasó la famosa National Labor Relations Act, que protegía el derecho de los trabajadores a hacer demandas salariales colectivas y limitar el poder de las corporaciones. Esto suena más soviético que la Unión Soviética. Y en efecto: el único socialismo exitoso fue el socialismo que se desarrolló a contra-corriente del socialismo soviético en los países capitalistas. Sin el peso de la Unión Soviética como esa otredad absoluta que había que evitar a toda costa, tal vez los obreros y la clase media occidentales nunca hubiesen alcanzado estándares de vida tan altos.
Con la caída de la Unión Soviética, inicia el llamado neoliberalismo: todo el poder a las empresas, muy poco poder a los empleados. Ya no hay coco que temer. Hoy en día el poder de los sindicatos es menor y la capacidad de las empresas para explotar ha aumentado. México es un ejemplo elocuente de este tipo de capitalismo rapaz y depredador que destruye geografías, extrae recursos de forma ilimitada, paga pocos impuestos, salarios de hambre y luego se larga dejando a su paso un páramo desierto y algunos políticos millonarios. En 10 años las mineras canadienses han extraído más oro que los españoles en 300. A ese nivel de depredación llegó el neoliberalismo. Y el problema es que no hay una válvula internacional de contención. Todo el mundo, ahora, es capitalista. China es la sociedad más capitalista de la tierra y sus ambiciones son globales: no descansarán hasta convertirse en la primer potencia mundial. Curiosamente, es en Estados Unidos donde ha resurgido esa anatema llamada proteccionismo, y para colmo, la lidera un empresario. Parece ser que la mano invisible del mercado no está beneficiando a las empresas estadounidenses tanto como quisiera la sociedad capitalista por excelencia. Parece ser que el neoliberalismo es bueno siempre y cuando las empresas de Estados Unidos ganen, pero cuando ganan menos, entonces hay que protegerse. Este fue el jueguito impuesto al mundo: el libre mercado es bueno porque en realidad es más bueno para nosotros. Hoy vemos la posibilidad de un escenario contrario, y los capitalistas occidentales quieren recular.
En este contexto internacional tan complejo, es necesario que exista una válvula de escape, un contra-ejemplo que infunda algo de miedo a las élites internacionales. Por eso considero que, en el futuro, si vuelve la prosperidad a Venezuela, este país puede ser la válvula de escape. Tal vez no sea lo mejor para Venezuela y los venezolanos –¿o quién quiere vivir bajo una dictadura?- pero sí lo mejor para Latinoamérica. Los máximos beneficiarios del futuro colectivismo venezolano no serán los venezolanos, sino los latinoamericanos. Imaginemos que en 3 años la crisis venezolana termina y llega otra bonanza económica. A las élites latinoamericanas les caeré como balde de agua fría el saber que el “chavismo” puede convertirse en tentación propia. Es posible que, para evitar su expansión, estén dispuestos a ser menos tacañas, lo cual será beneficioso para nuestras clases obreras y medias. Lo ideal sería que les vaya bien a los venezolanos y a los latinoamericanos, pero lo ideal siempre termina en decepción o perversión. Mejor hay que ser realistas; a los mexicanos nos conviene que regrese la prosperidad a Venezuela y que se mantenga chavista y bolivariana. Incluso podríamos chantajear a otros países o a instituciones financieras globales; si no nos prestas dinero a un interés muy bajo, esto se convertirá en una Venezuela. Como siempre, la política del miedo funciona, sólo que esta vez, funcionaría de forma inversamente perversa, porque los que tendrían miedo, serían las élites mexicanas. Y nada sería más placentero que ver a los Slim, los Correa, los Bailleres, los Garza Sada y todos los capos de la economía mexicana, si no sudando la gota fría, por lo menos sí preocupaditos.

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