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El neo-criollismo mexicano
Sabino Luevano

La tesis Lópezobradorista central de su causa política es que somos gobernados por una élite parásita, lo que llama “mafia en el poder”, que, conscientemente, se levanta todas las mañanas y se acuesta todas las noches pensando cómo descomponer al país. Aunque hay elementos objetivos, medibles, hechos cuantificables, que hasta cierto punto confirman la tesis obradorista -que en realidad es vox populi-, hay cierto aire a teoría de la conspiración en su argumento. Más bien parece que el priismo -y las élites que lo financian- viven en mundos paralelos en los que no es una contradicción pensar de una manera y hacer ciertas cosas contrarias a lo que piensan. Una vez el presidente Peña Nieto, ante el cuestionamiento de reporteros por las llamadas reformas estructurales, dijo, muy serio: “no me levanto pensando cómo joder a México”. Creo que no fue ironía ni cinismo ni sarcasmo: en realidad la élite priista piensa que lo que hace es “por el bien del país”. Los intelectuales del PRI, educados en el ITAM y las Ivy League estadounidenses, han interiorizado de tal forma el neoliberalismo que han resultado más fanáticos que Milton Friedman. Curiosamente, en el país que inventó el neoliberalismo, este se practica de una forma más o menos moderada. La clase media, compuesta por ingenieros, profesores y demás, goza de muchos privilegios que nuestra clase media no tiene; seguro médico, plan de retiro, vacaciones pagadas, jornada laboral de 8 horas, jugosísimos salarios, trato laboral humano, licencia de maternidad pagada etc etc. En donde se han reducido los privilegios es en la clase trabajadora, lo que, en parte, explica el fenómeno Trump. Aun así, siguen existiendo poderosos sindicatos que agrupan a millones de obreros bien pagados y con abundantes prestaciones sociales.
Pareciera que nuestros neoliberales, por ese afán tan criollo de ser aceptados en el banquete de las naciones blancas y poderosas, de verdad creen que todo lo que hacen, a la larga, será en beneficio de todos. Su visión es muy parecida a la del patrón de hacienda del siglo XIX; los mexicanos son flojos y necesitan mano dura para progresar. Viven con poco, así que no es necesario darles mucho. En el fondo, el neoliberalismo en México es una ideología disciplinaria, de control del cuerpo social. De lo que se trata es de “civilizar” al obrero e introducirlo a la empresa blanca (la maquila). No son necesarias leyes de importación de tecnología -como en China o Corea del Sur- porque es suficiente el “contacto” para que surja la llama de la civilización. De ahí que no sea tan descabellado el mote de “neo-porfirismo” que López Obrador endilgó al neoliberalismo. Las personas que se han encargado de importar y aplicar la teoría neoliberal, son en su mayoría hombres heterosexuales, blancos, privilegiados cuyo conocimiento del país es superficial o nulo. Lo suyo no es la ciencia pura, el ensayo y el error, sino un fanatismo empecinado en imitar cualquier cosa que emane de Estados Unidos sin importar el sufrimiento que cause en la mayor parte de la población. No les escandaliza la pobreza, la corrupción o la violencia, salvo cuando esta última va dirigida hacia ellos. En estos casos, resuelven los crímenes en tiempo récord, como el del alto ejecutivo de Televisa, Adolfo Lagos Espinosa. Con todo respeto para la familia y para la víctima, considero una falta de tacto pasear por cinturones de miseria en una bicicleta cuyo costo ronda en los 200 mil pesos, una cantidad de dinero que la gran mayoría de los mexicanos jamás podrá ahorrar.
En el mundo paralelo de los criollos tecnócratas y las élites criollas que representan, existe riqueza abundante, edificios espectaculares, zonas exclusivas de shopping que nada le piden a Houston o a Los Ángeles. Cuando se ponen de patriotas, hablan por y desde ese México, que es el único que conocen. De ahí que hace un par de días Antonio Meade le mandara el siguiente tuit a Trump: El llanto desgarrador de niños que han sido separados de sus padres por la miserable política de “cero tolerancia” conmueve y mueve a la comunidad internacional. Exigimos a @realDonaldTrump que suspenda esa crueldad. Como padre de familia, mexicano y candidato, me sumo a ese clamor.
Denise Dresser, como es costumbre, interpreta estas palabras como la cúspide del cinismo y la sociopatía. ¿Cómo exigirle a Estados Unidos que respete derechos humanos desde un país lleno de fosas clandestinas, niños calcinados en absoluta impunidad, estudiantes disueltos en ácido, 200 mil muertos y una lista interminable de calamidades?
Considero que no se trata de cinismo; en realidad Meade cree que es un estadista y que puede hablarle de tú a tú a cualquier presidente blanco de un país poderoso. Siente que es su derecho y obligación como mexicano blanco y civilizado. Más que las ideas, es el performance de ser escuchado, de interpelar a Donald Trump, el que mueve a Meade a gesticular palabras absolutamente vacías. Esto es mucho más perverso que la perversión que constantemente denuncia Denise Dresser: no es que sean malos, es que para ellos, ese es el bien. Y los desastres nacionales, para ellos, son cosas de la chusma. La gente decente no se mete en esas cosas, y si lo mataron, es “porque en algo andaba”.
Para resumir, nuestra querida élite criolla, a pesar de los amplios elementos corruptos que arropa, no es que se haya confabulado para “joder” al país. Más bien su forma de pensar -y su ceguera- es determinada por su privilegio. Creen, de verdad, que esa es la única y deseable manera de gobernar al país. Hace más de 100 años, el intelectual hidrocálido Francisco Pimental, criollo privilegiado y conservador, se dio cuenta de la contradicción de su propia casta y escribió algo que hoy resulta todavía más contemporáneo. Cito sus palabras a modo de cierre: queremos caminos de fierro, y la mayor parte de nuestra población no sabe andar más que a pie; queremos telégrafo, y el indio ve su aparato como cosa de nigromancia; queremos introducir el gas en nuestras ciudades, y casi todos nuestros compatriotas se alumbran con ocote; queremos extender nuestro comercio y no hay consumidores (Pimentel, 1864).
P.D. ¿Se ha dado cuenta que los 3 candidatos principales son más criollos que el arroz blanco?
¿Por qué esa obsesión con la blancura de los hombres de poder en México? ¿Esto qué nos dice cómo país?

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