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EL MURO DE ACERO
Por: Arturo Nahle García

Para contener las invasiones de los tártaros, en el siglo III A.C. el emperador Tsin-Chi-Hoang-Ti inició la construcción de una muralla de cuatro mil kilómetros en el norte de China.
Ya en el año 70 D.C. el emperador romano Tito Flavio conquistó Jerusalén y destruyó el Templo del Rey Salomón; desde entonces, millones de judíos acuden al único muro que quedó en pie del templo, para llorar la destrucción de Jerusalén e implorar la venida del mesías.
La Gran Muralla China y el Muro de los Lamentos son los muros más famosos del mundo; el primero por su monumentalidad y el segundo por todo lo que representa para los judíos e incluso para los cristianos.
En 1961 se construyó en Berlín otro muro de más de 120 kilómetros para separar al Este y al Oeste, hasta 1989 ese muro fue el símbolo de la Guerra Fría. Y que decir del muro de Cisjordania, aproximadamente 700 kilómetros de hormigón construidos por Israel para protegerse de ataques palestinos o terroristas; o el muro de más de mil kilómetros construido por Estados Unido en la frontera con México para contener la migración latinoamericana.
Pues este fin de semana el Gobierno de la Ciudad de México levantó un muro de acero de tres metros de altura para proteger el Palacio Nacional de diversas colectivas de mujeres. Y es que como ocurre desde 1911, el lunes se conmemoró el Día Internacional de la Mujer que tiene como propósito visualizar la desigualdad de género y reivindicar la lucha por la igualdad efectiva de derechos para las mujeres.
En sus inicios el movimiento feminista demandaba el derecho al voto y el de ocupar cargos públicos, el derecho al trabajo y a la formación profesional. Hoy su lucha es mucho más amplia, es por el empoderamiento de la mujer, por la legalización del aborto y no se diga contra los feminicidios y la violencia machista en todas sus formas y expresiones.
Los reclamos de las mujeres son legítimos y plenamente justificados, pero los métodos de lucha de algunos grupos son francamente cuestionables. Vandalizar comercios, monumentos y edificios públicos de enorme valor histórico y artístico o destruir el denominado equipamiento urbano puede generar no la adhesión y solidaridad de la sociedad a sus luchas sino todo lo contrario.
Convertir el Muro de Acero en un memorial fue un acierto, pero rociar gasolina y prender fuego a mujeres policías es un delito tan grave como los delitos por los que protestan.