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LA SANGRE DEVOTA
Por: Arturo Nahle García

Que mejor manera de conmemorar a López Velarde en el centenario de su muerte que releyendo “La Sangre Devota”.
Lo imagino camino a su pueblo: “Como níveo relicario que ocultan los naranjales, del coche por los cristales ¿no distingues el Santuario?. Del esbelto campanario salen y rayan los cielos las palomas con sus vuelos, cual si las torres, mi vida, te dieran la bienvenida agitando sus pañuelos”.
Y luego la llegada a Jerez: “Esparcirán sus olores las pudibundas violetas y habrá sobre tus macetas las mismas humildes flores: la misma charla de amores que su diálogo desgrana en la discreta ventana y siempre llamando a misa el bronce, loco de risa, de la traviesa campana”.
Y lo sigo imaginando en domingo: “Camino de la iglesia van las mozas aprisa; que en los días festivos, entre aquellas mujeres no hay una cara hermosa que se quede sin misa”.
Como quisiera describir a mi pueblo como lo describió él: “A la hora del Ángelus, cuando vais por la calle, enredados al busto los chales blanquecinos, decora vuestros rostros -¡oh rostros peregrinos! -la luz de los mejores crepúsculos del valle”.
Y a la patrona del pueblo: “Vestida de luto eres, Nuestra Señora de la Soledad, un triángulo sombrío que preside la lúcida neblina del valle; la arboleda que se arropa de las cocinas en el humo lento; la familiaridad de las montañas; el caserío de estallante cal; el bienestar oscuro del rebaño, y la dicha radiante de los hombres”.
Y también a la tejedora: “Tejedora: teje en tu hilo la inercia de mi sueño y tu ilusión confiada; teje el silencio; teje la sílaba medrosa que cruza nuestros labios y que no dice nada”.
Y a los atardeceres: “El crepúsculo cae soñoliento, y si con tus desdenes amortiguas la llama de mi amor, yo me contento con el hondo mirar de tus arcanos ojos, mientras admiro las antiguas joyas de las abuelas en tus manos”.
Y que manera de dibujar la capital: “Una típica montaña que, fingiendo un corcel que se encabrita, al dorso lleva una capilla, alzada al Patrocinio de la Virgen”.
Pero mi favorita: “Y pensar que pudimos enlazar nuestras manos y apurar en un beso la comunión de fértiles veranos...Y pensar que pudimos, en una onda secreta de embriaguez, deslizarnos, valsando un vals sin fin, por el planeta...”
O la de: “Fuensanta ¿tú conoces el mar? dicen que es menos grande y menos hondo que el pesar. Yo no sé ni por qué quiero llorar: será tal vez por el pesar que escondo, tal vez por mi infinita sed de amar. Hermana: dame todas las lágrimas del mar...”