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EL PEOR DE LOS MALES

Por: Isadora Santivañez Ríos

Durante más de 12 años, el actual Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador
realizó una campaña política por todo el país, en donde dedicó la mayor parte de sus discursos
a señalar la amplia red de corrupción que se vivía en México y la impunidad por parte de las
autoridades federales que eran comparsa de estos actos de corrupción, el mensaje era claro y
contundente, de llegar a ser presidente, llevaría a todos los políticos corruptos a la cárcel y no
permitiría que en su gobierno hubiera cualquier índice de corrupción. Corrupción, corrupción,
corrupción, de eso hablaba en todo momento, eso enfatizaba, a eso hacía referencia.
Su última campaña política, estuvo plagada de un sin número de señalamientos sobre
casos específicos que llegaban a las entrañas y viseras de los mexicanos, que provocaban
indignación y a la vez una idea esperanzadora de que, con su llegada al poder, las cosas podían
cambiar, mejorar, transitar por un camino de salvación, podría decirse que él fue un candidato
esperanzador, el llamado mesías de la política mexicana.
Hablaba de manera abierta respeto a la llamada casa blanca y lo ofensivo que era que
miles de mexicanos vivieran en la extrema pobreza, mientras nuestras máximas autoridades lo
hacían en la opulencia, hacía referencia a temas como el de la construcción del aeropuerto
internacional de la Ciudad de México, que para él representaba una obra plagada de
irregularidades, prometía justicia a todos los familiares de los 43 asesinados en Ayotzinapán,
criticaba severamente las llamadas reformas estructurales y todo lo que su aprobación e
implementación significaban, de manera constante, señalaba la descarada opulencia de los
funcionarios, principalmente, acusaba a las autoridades mexicanas de corruptas, los veía como
parásitos que vivían a expensas del dinero de los mexicanos.
Muchos analistas atribuyen su triunfo contundente en las urnas al hartazgo de la
población, la gente estaba cansada de los políticos de siempre, de la llamada corrupción y
sobre todo de la impunidad, de que a pesar de tener evidencias tan claras de la descarada vida
que llevaban muchos funcionarios, llena de lujos y exclusividades, nadie, absolutamente nadie
hacía nada.
Es por tal motivo que a propios y extraños sorprendió que la transición de gobierno
federal fuera tan pacífica, tan políticamente correcta, se vio a un Enrique Peña Nieto tranquilo
y sereno y a un Andrés Manuel mesurado y cordial.
A la fecha, sigue sorprendiendo que Enrique Peña Nieto no tenga una sola carpeta de
investigación abierta por parte del Gobierno de la República y que ya no se mencione nada,
absolutamente nada de la tan anteriormente señalada corrupción de su Gobierno, al llegar al
poder Andrés Manuel modificó su discurso, siguió hablando de la corrupción del pasado y de lo
necesario que es tener un gobierno cercano a la gente, sigue demostrando en su actuar
sencillez, humildad y apatía por la opulencia; sin embargo, ha quedado claro que su antiguo
interés por buscar culpables y hacerlos pagar por sus actos, ya no es tan importante, al
parecer, de la noche a la mañana, perseguir a los corruptos y llevarlos a la cárcel ya no es un
tema tan trascendental.

Un claro ejemplo de esto, lo vemos con Emilio Lozoya, el hombre que representa uno
de los actos de corrupción más grande en la historia del mundo, porque sería muy limitado
decir, que solo de nuestro país. Este hombre, fue uno de los funcionarios más cercanos a
Enrique Peña Nieto y durante su mandato, estuvo involucrado en una red de estafa
impresionante, que, según sus propias declaraciones, esta red ayudó a financiar la campaña a
Presidente de la República de Peña y a lograr la aprobación de las famosas Reformas
Estructurales.
Lozoya fue aprendido durante el sexenio de Andrés Manuel López Obrador por los
cargos de corrupción, lavado de dinero, tráfico de influencias, y crimen organizado; sin
embargo, este hombre nunca ha pisado la cárcel, así tal cual, en ningún momento, ha tenido la
necesidad de ensuciarse sus zapatos, ya que este Gobierno, el Gobierno de nuestro mesías, lo
tiene como testigo protegido y le permite gozar de ciertas inmunidades, no solo eso, le da la
posibilidad de seguir llevando la gran vida, llena de lujos y opulencias, aquellas que los
ciudadanos de a pie, no nos podemos dar.
Este gobierno ha llevado en sus entrañas el cáncer que han padecido los anteriores,
resultando ser igual o peor a la hora de practicar la justicia, parece ser que la impunidad y el
cinismo se han convertido en el símbolo de este sexenio, que ha destacado por practicar la
justicia selectiva, en la que solo se acusa a quienes no son parte del compadrazgo y a los
llamados amigos, se les permite hacer con las leyes lo que les plazca, al grado de darles la
posibilidad de cenar en restaurantes lujosos sin preocupación alguna, en lugar de estar tras las
rejas por ser parte de uno de los actos de corrupción más grandes y lacerantes de nuestra
historia, así las cosas en el Gobierno de Andrés Manuel.