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EL FIN DEL PATRIARCADO

Por: Isadora Santivañez Ríos

A lo largo de la historia, las mujeres hemos sufrido y padecido todo tipo de vejaciones y malos tratos por el simple hecho de ser mujeres. Lamentablemente el sistema patriarcal en el que vivimos nos subestima y deja en una posición de inferioridad ante el hombre, con una visión tradicionalista y vergonzosa para nuestra sociedad.
Es común ver a mujeres hacerse cargo del hogar, no por voluntad propia o porque sea su meta de vida, sino porque no se les da la posibilidad de involucrarse en el ámbito laboral o los trabajos a los que pueden acceder no les permiten cumplir con sus “responsabilidades como madres y esposas”.
Además, es frecuente ver cómo las mujeres que incursionan en este ámbito de la vida laboral cuentan con jornadas completas que se duplican al llegar al hogar para llevar la responsabilidad total de las labores domésticas. Es decir, trabajan turnos dobles, triples o incluso mayores.
La diferencia que existe entre hombres y mujeres es latente en los ámbitos más comunes y cotidianos de nuestros días, como lo son el levantarse primero para ser la que prepare el desayuno de la familia, ser quien lleva la responsabilidad mayor o total de los cuidados de los hijos, trabajar el doble, pero percibir un menor salario, sufrir hostigamiento sexual por parte de los compañeros de trabajo o acoso por parte de los mandos superiores, transitar por las calles y no poder sentase seguras y libres, tener miedo al momento de trasladarse de un lugar a otro solas, ser quienes tengan que preparar o servir la comida, atender a los hermanos o al patriarca de la casa, no poder estudiar porque la economía no alcanza y se debe priorizar la educación del varón en una familia, ver como algo cotidiano que la mujer se quede en casa y el hombre pueda salir a divertirse o distraerse, sentir que está mal que una mujer, más siendo madre, pueda salir a altas horas de la noche sin su marido, juzgar o acusar a las mujeres que tienen relaciones extramaritales pero aplaudir a los hombres y reconocerlos como machos si es que ellos las tienen, ser señaladas por su forma de vestirse, maquillarse, peinarse, caminar, hablar, mirar, respirar y vivir la vida, y así podría escribir planillas enteras respecto a las diferencias que existen entre hombres y mujeres dentro de la vida cotidiana.
Pero el patriarcado va más allá, no deja tregua a la colectividad o la vida pública, ya que es difícil que una mujer acceda a mando superiores o de dirección dentro de un trabajo, los salarios de las mujeres son menores a los de los hombres, la violencia política se da en mayor medida hacia las mujeres que a los hombres, la violencia digital está enfocada en el género femenino, el acoso laboral es regularmente ejercido contra mujeres, la violencia política contra la mujer tiene niveles alarmantes y aterradores, los asesinatos y mutilaciones que no se encuentran relacionados al crimen organizado generalmente son en contra de mujeres, las violaciones tienen un nivel estadístico mayor en el género femenino, es común que a una mujer que crece profesionalmente hablando se le cuestione por su capacidad o integridad moral, además de que son señaladas por haber crecido gracias a su físico o a favores sexuales, el reconocimiento hacia la mujer en la vida pública requiere de un doble de esfuerzo que el de los hombres, generalmente la mujer que se esfuerza y trabaja es desplazada por algún varón que decide otorgar privilegios a sus amigas, hermanas, cercanas o amantes.
El sistema patriarcal vive en todas y cada una de las células que integran nuestro desarrollo social, económico, físico y emocional, la diferencia que existe entre hombres y mujeres es latente y evidente, así como la falta de una verdadera igualdad sustantiva.
Son demasiadas las vertientes que debemos trabajar para poderle fin al sistema tradicionalista que impone al patriarcado como una forma de desarrollo humano, es por tal motivo que resulta de vital importancia, que se trabaje día a día, casa por casa, familia por familia, conciencia a conciencia, para generar un cambio positivo respecto a la forma de ver y vivir los roles que nos corresponden socialmente hablando.
Nos ha llevado siglos y tal vez nos lleve aún más alcanzar la igualdad sustantiva y la garantía plena al respeto de nuestros derechos humanos, sin embargo, la lucha no debe parar, debe ser permanente, constante y evolutiva.
El fin del patriarcado suele ser una meta aspiracional para muchas mujeres, que tal vez no vean reflejada su lucha en esta generación, pero que sí podrán palpar los avances de una sociedad que necesita hacer conciencia respecto al papel que juega la cultura tradicionalista y prominentemente machista en la consolidación de este sistema. Trabajemos juntas y sororarias de la mano, porque juntas, somos más fuertes y a través de la protesta, de la acción, de la demanda, del arropo y del trabajo colectivo, llegaremos a dejar de lado la consigna “se va a caer, se va a caer”, porque sabremos que en ese momento rompimos los muros de la vergüenza.