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EL AEROPUERTO INTERNACIONAL FELIPE ÁNGELES

Por: Isadora Santivañez Ríos

Desde que se da el anuncio de la construcción de un nuevo aeropuerto internacional en la Ciudad de México, por parte del Gobierno de Enrique Peña Nieto, el actual Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, comenzó una campaña de desprestigio en contra de dicha obra en construcción, ya que la consideraba corrupta y llena de excesos.
Por lo cual, al inicio de su administración, comenzó una serie de tácticas tendientes a la cancelación de la misma y a la reparación del daño a quienes había comprado bonos con anterioridad para financiar dicha construcción. El proceso fue complejo y estuvo plagado de críticas y una gran controversia, ya que muchos afirmaban que se estaba cometiendo un error, y más que velar por el beneficio de la ciudadanía se intentaba borrar todo logro del pasado para apropiarse de una idea, que se convertiría en uno de los legados más trascendentales que, para bien o para mal, dejará esta administración a las futuras generaciones.
El pasado 21 de marzo, se inauguró el nuevo Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, el cual fue construido por la Secretaría de la Defensa Nacional y en el que participaron 195 ingenieros militares, dicha obra se encuentra ubicada en la Base Militar Aérea Número 1, propiedad del Ejército Mexicano, cuenta con una superficie de 384,128.16 metros cuadrados y se estima que atenderá a 2.4 millones de pasajeros al día y alcanzará 119,000 operaciones al año.
Sin embargo, en su día de inauguración, se realizaron únicamente 20 operaciones, movilizando a 2,022 pasajeros, muy por debajo del promedio esperado, además de que se presentaron varias críticas por el ambulantaje dentro de la terminal aérea y por inaugurar ante una evidente falta de conclusión de construcción de la misma.
Además, esta obra inconclusa, que ya fue inaugurada con bombo y platillo, se encuentra ubicada en un punto lejano a la capital, por lo que es imposible que se convierta en un centro de operaciones aéreas de gran capacidad y su construcción posterior a la cancelación del NAIM trajo consigo una pérdida considerable de recursos públicos, los cuales ascienden a un aproximado de 21.000 millones de pesos, es decir el costo que tendría el NAIM en su primera fase de operaciones.
Este despilfarro de recursos generado bajo el discurso de austeridad y el combate a la corrupción, la cual a la fecha no ha sido comprobada a través de los medios judiciales, trajo consigo un sin número de críticas y señalamientos, destacando las reacciones de la OCDE, del Banco Interamericano de Desarrollo y del Banco Mundial, quienes afirmaron que se estaba destruyendo una gran posibilidad para nuestro país de tener un gran potencial logístico, de turismo y de fuentes de trabajo, ya que el anterior proyecto, el de Peña Nieto, era más visionario y dinámico.
Una vez más, se refleja el deseo caprichoso de Andrés Manuel, de realizar acciones bajo una visión limitada de las cosas, en la que la cerrazón domina ante la lógica y el equilibrio.
La obra puede ser mejor o peor que su anterior proyecto, sin embargo, lo que preocupa es la falta de análisis y coordinación para garantizar que este nuevo aeropuerto, cuente con las condiciones necesarias y suficientes para su adecuada operación y para que no sea solo un esquema que permita salir del paso, sino que se hubiera garantizado el dinamismo y proyección del mismo, como uno de los mejores sistemas aeroportuarios del mundo, poniendo a nuestro país como punta de lanza y permitiéndole generar las ganancias y beneficios, anteriormente esperados.
El aeropuerto, era más que necesario, los beneficios deben ser más que evidentes, la funcionalidad del mismo debe destacar un gran nivel de operatividad, la coordinación y equilibrio con el antiguo aeropuerto, será determinante para comprobar su acierto o ratificar su error de planeación y éste, sin duda algún, será un parteaguas para consolidar o llevar a la decadencia al actual Gobierno de Andrés Manuel López Obrador. El tiempo lo dirá…