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RAFAEL CORONEL

Por: Arturo Nahle G.

En 1997 me vendieron en Pachuca un cuadro muy obscuro donde al fondo apenas se alcanzaba a distinguir la figura de un hombre maltrecho, francamente feo. Compré el cuadro porque supuestamente era de Rafael Coronel y además porque me lo daban muy barato. Tres años después conocí al maestro en Zacatecas y le mostré el cuadro para que me dijera si efectivamente él lo había pintado, me dijo que sí, que era una de sus primeras obras y me sugirió que lo llevara a México para que lo restaurara su amigo Pedro Sol.

Pedro Sol restauró el Ayate de Juan Diego donde en 1531 se plasmó la imagen de la Virgen de Guadalupe, pues también restauró mi cuadro. Desde entonces el maestro Coronel y yo hicimos una gran amistad.

En una ocasión el Gobernador Ricardo Monreal y yo fuimos a comer a su refugio de Cuernavaca, una casona rodeada de enormes y frondosos árboles. Accedió a mostrarme su estudio, me dijo que era su lugar más íntimo, ahí me encontré con decenas -tal vez cientos- de cuadros inconclusos que no sacó al mercado porque no habían sido de su total agrado.

Así de profesional y honesto era Rafael Coronel.

En su estudio me llamaron la atención dos óleos enormes muy raros porque no había las clásicas imágenes de hombres decrépitos que él solía pintar, le pregunté si eran obras suyas, me dijo Sí ¿te gustan? Por supuesto –le contesté-. A la semana siguiente llegó un camión de mudanzas a mi casa con los dos cuadros cuyo tamaño solo es superado por “El Tastuán y la Niña de Jeréz” y “La Mortaja de San Francisco” que se exhiben en la Capilla San Antonio. Ah! y por la bellísima obra suya que no sé si todavía luzca en la escalera principal de la Residencia Oficial de los Pinos, frente a otra de Felguérez titulada “Suave Patria”.

Un día lo invité a celebrar mi cumpleaños en Río Grande, pues me llegó de sorpresa acompañado de Poncho López Monreal. Mis paisanos estaban encantados tomándose fotos con mi comadre Victoria Ruffo; cuando se percataron de la presencia del maestro se olvidaron de la actriz, le acercaban servilletas pidiéndole un autógrafo, pues no solo se las firmaba, les hacía un pequeño dibujo que probablemente enmarcaron.

Así de sencillo era Rafael Coronel.

Siendo Secretario General de Gobierno me dijo que a su muerte no quería dejar en el aire su maravillosa colección de máscaras, pinturas y piezas arqueológicas que desde 1990 alberga el ex convento de San Francisco, me lo dijo porque estaba enterado que la viuda de su hermano andaba reclamando diversas obras que se exhiben en el Museo Pedro Coronel.

Le pedimos entonces al Notario Daniel Infante que preparara la escritura de donación, hicimos una ceremonia muy bonita en su museo y desde entonces esa bellísima colección es propiedad del pueblo de Zacatecas.

Así de generoso era Rafael Coronel.

A la ciudad ya venía poco, si acaso cuando quería comerse una sopa de fideos o un asado de boda en el Hotel Emporio con sus leales e inseparables Miguel Ángel Díaz Castorena y Mateo Rivera.

En una ocasión nos sentamos en la mesa de siempre con el inolvidable Sixto Mazzocco, el cura le preguntó qué opinaba de la pintura abstracta (no hay que olvidar que Coronel era figurativo), el pintor le contestó “Hay dos tipos de pintura Padre, la buena y la abstracta”.

Así de talentoso y simpático era Rafael Coronel.

Dicen los periódicos que ayer falleció a los 87 años de edad, eso no es cierto, Rafael Coronel no tiene edad y nunca se va a morir, solamente fue a visitar a su suegro Diego Rivera (que debe seguir con Frida Kahlo) y a sus amigos Rufino Tamayo, Raúl Anguiano, Luis Nishizawa, Juan O’Gorman, Pablo O’Higgins, Leonora Carrington, Juan Soriano y José Luis Cuevas.

En el viaje seguramente se encontrará a su hermano Pedro y a sus paisanos Francisco Goytia, Julio Ruelas y José Kuri Breña, entre otros. Mientras regresa hay que cuidarle su casa y sobre todo su obra, esa maravillosa obra que es orgullo de Zacatecas y de todo México.