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“La hora azul…”

Por LA MADA (Magdalena Edith Carrillo Mendívil)

“La hora cero” … En algún momento, que no tengo registrado, dejé de temerle a ese instante cuando no es de día, no es de noche, ni siquiera es de tarde. El cielo baja todo su brillo, su color se deslava, ese azul intenso de unos segundos atrás, comienza a palidecer y se vuelve casi blanco, pálido, tímido, me lo imagino incapaz de levantar la mirada… para después ver de frente al imponente atardecer cargado de colores y fuerza que da paso a la elegante noche de terciopelo con brillitos como si tuviera pegadas estrellas… y una luna.
La hora cero me trae recuerdos de mi niñez, cuando con un terror oculto que no se lo decía a alguien, escuchaba por la radio un programa don del locutor con voz cargada de nostalgia lánguidamente presentaba: “La hora azul, Toña la negra, Pedro Vargas, Los Panchos” …la piel se me ponía chinita, hasta la fecha, para poder recordar busqué en YouTube programas de “La hora azul”, y de verdad la piel tiene memoria, volví a sentir exactamente lo mismo que cuando niña sentía en la cocina de mi casa y veía ese cielo pálido, enfermizo cubriendo el cerro de La Bufa, no escuché mucho, solo lo necesario para poder refrescar la de por sí ya fresca memoria de mi piel.
Pues bien, la dichosa hora azul, era para mí la hora cero, momentos en los que mi corazón se paralizaba, una niña de 9 años petrificada parada en la ventana viendo como hipnotizada, congelada y sin que nadie se diera cuenta. Las primeras pinceladas del ocaso me descongelaban y el hechizo desaparecía. Recuerdo cuando le pregunté a mi padre, en un viaje por carretera de Monterrey a Zacatecas, por qué le llamaban “hora cero”, él con su practicidad me dijo, porque no es de día ni de noche, así de simple y así de claro.
Tantos recuerdos me trae esa tenue luz, por ejemplo aquellas personas que caminan por la orilla de la carretera, a mi madre le llamaban tanto la atención, quizá se preguntaba cuál sería su nombre… nunca hubo tiempo de preguntarles, el paso por la carretera era fugaz y esas figuras caminando, tranquilas, seguras, con su mirada hacia adelante quedaban pintadas en nuestra memoria como un cuadro impresionista en tonos grises, blancos y negros… no se tomaban la molestia de voltear a los lados… mucho menos hacia atrás.
Otras veces fue testigo de gran nostalgia, cuando las lágrimas ven el clima perfecto para salir como cascada por los ojos, cuando los suspiros se concatenan unos con otros sin dejar ni un solo espacio y sientes que la soledad te abraza y te cubre como nube que presagia tormenta.
Después, y sin aviso, comencé a disfrutar ese instante del día, la trágica hora se fue convirtiendo en una hora romántica, el insípido color del cielo fue tomando un tono relajante y envolvente y poco a poco me fue llenando de tranquilidad, ahora, el cielo que cubre el cerro de La Bufa, se convirtió en un manto que llega a cobijarme, el aire sopla diferente y por unos instantes el clima también se pone en armonía con las sensaciones de paz que llegan a mis sentidos. Alguna vez, inclusive fue cómplice de mis historias. En una ocasión estaba escribiendo un cuento de miedo para un concurso, la hora azul se dispuso a montar el escenario que estaba dentro de mi cabeza delante de mis ojos, de pronto, la historia parecía tan real que sentí miedo ¡mi propia historia me asustó! Volteé a ver al horizonte, le agradecí a mi director de escena, me levanté y me fui a un lugar bien iluminado, la historia podría esperar.
Ahora ya puedo ser capaz de entender la belleza de esos fugaces momentos, es sorprendente como se pueden encerrar tantos recuerdos en unos cuantos minutos que al paso del tiempo se vuelven eternos, perenes y de colores, aunque en aquellos momentos los viésemos descoloridos.
Final de color pastel.