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Cultura para inconformes

Dialogar con otros: el valor ético y político de la palabra

 La convivencia entre seres humanos, afirma Aristóteles, no estriba en el hecho de estar juntos en el mismo lugar, sino en tener temas comunes de conversación. Así es posible entender que la amistad no es meramente un sentimiento, es decir, no consiste tan sólo en que una persona nos resulta agradable. Esto puede ser el punto inicial en los primeros pasos de la relación humana, pero a partir de ahí ésta se construye hablando de cosas que nos interesan, que nos afectan. Así, lo público es el conjunto de asuntos por los que nos interesamos dialógicamente, aquellos sobre los que conversamos con los amigos. El diálogo nos franquea la intimidad del otro. La amistad, por tanto, se constituye, por el acto del habla, como una praxis. Como diría Jürgen Habermas, es una acción comunicativa, es decir, exige la iniciativa de tomar y dar la palabra sobre los temas que realmente nos interesan como seres humanos. Y sobre ello hablar con franqueza, es decir, sin argucias, y sí con argumentos, no con vana palabrería, sí con la belleza del alma.

 

Como dijo Antoine de Saint-Exupéry, dos personas no son amigas porque se miren mutuamente; ante todo lo son porque miran ambas en la misma dirección. Cuando me intereso por algo y encuentro que en ese interés mío estoy acompañado por otra persona, realmente eso me une mucho a ella. Sócrates nos hizo descubrir que ésta es la esencia y el sentido de la educación: la conversación entre amigos, en la que los interlocutores no se contemplan uno al otro sino que se sienten vinculados por un interés común. El auténtico maestro es el que sabe suscitar ese interés por lo que realmente es interesante y nos ayuda a crecer, a menudo elevando la mirada sobre nuestros intereses inicialmente triviales.

 

La amistad se articula fundamentalmente en la conversación, y como ésta es una acción, la amistad es también praxis; es éste, sin duda, uno de los elementos centrales del pensamiento práctico ético y político de Aristóteles.

 

¿Cuál es el argumento de esa conversación? Los amigos a veces conversan de cosas triviales. Pero la sola conversación trivial es incapaz de aunar lazos de amistad sólida. La conversación amistosa aborda lo grave y lo liviano en sabia combinación. Si todo fuese gravedad no habría quien lo aguantase durante mucho tiempo, pero si todo es banal, aquello también se agota en sí mismo. ¿Dónde se encuentran más profundamente las personas? ¿Cuál es el espacio de esa comunión de almas que construye la amistad más verdadera?

 

Naturalmente, los amigos hablan de todo: de lo humano y lo divino. Pero hay tres argumentos que destaca Aristóteles: lo bello, lo bueno, lo justo y sus contrarios. En el fondo, la discusión, el contraste de pareceres, los distintos puntos de vista sobre estos asuntos, nutren lo que el filósofo británico Michael Oakeshott denomina como la conversación esencial de la humanidad. El ser humano está diseñado para disfrutar plenamente de esa manera.

 

¿Quién no ha tenido la experiencia de lo bien que se pasa arreglando el mundo en compañía de los amigos?, quizá con unas copas de por medio. Así vemos a Sócrates en el banquete o simposio -esta palabra griega que significa beber juntos-, charlando con sus amigos sobre la belleza en una de las conversaciones más interesantes que haya tenido lugar jamás, registrada por Platón en un extraordinario diálogo. Realmente es ése el encanto de la vida.

 

Todo esto tiene ahora una importancia central para nosotros. No mencionamos a Aristóteles por afán sólo filosófico; aunque sus reflexiones han sido pensadas y dichas hace muchos siglos, siguen siendo actuales. Aristóteles es un clásico para muchas cosas, también para esto, para tomar en serio el tema del diálogo. Es importante porque hay que aprender a descubrir en el diálogo una praxis moral, en la que entran en juego una serie de disposiciones y actitudes éticamente muy exigentes. Dialogar es hablar, pero también escuchar.

 

En la sociedad global esto cada vez es más complejo; hay tanto ruido, suenan tantas cosas, que para escuchar hay que hacer un esfuerzo muy meritorio de concentrar la atención en una sola voz. Atender hoy a alguien es hacerle un homenaje encantador.

 

Pone de relieve una actitud importante. Se puede estar de acuerdo o no con lo que diga esa persona, pero así se demuestra que lo que dice me interesa, que me puede enriquecer, aunque sea justamente como contraste que me obliga a fundamentar mejor mi propia postura contraria. Por otro lado, dialogar en serio supone dar la palabra a todo aquel que tenga algo serio que decir, tratar de comprender, disponerse a aprender, hacer el esfuerzo por ponerse en el lugar del otro para ver el mundo con sus ojos; en fin, dialogar con alguien es tomarlo en serio.

 

Finalmente, en el contexto de un mundo globalizado, los grandes desafíos que enfrenta nuestra sociedad son invitaciones a lograr un diálogo sincero; todo lo contrario, lamentablemente, de lo que a menudo se aprecia en el llamado debate social o debate público, en el que parece que hablan siempre los mismos y, por cierto, repitiendo siempre lo mismo. Hagamos pues, nuestro el esfuerzo para que se amplíe, generosamente, el ethos dialógico para darle así, sentido al valor ético y político de la palabra.

 

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