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Ivonne Aracelly Ortega Pacheco

LA ELECCIÓN PRESIDENCIAL DE ESTADOS UNIDOS

El pasado martes 8 de noviembre, Estados Unidos eligió presidente a Donald Trump, controversial personaje que durante su campaña atacó y se expresó despectivamente de mujeres, latinos y musulmanes, entre otros grupos sociales, amenazó a países como México o China y generó una polarización social que sigue creciendo. Pero ganó la elección.

Para el estadounidense promedio, el candidato republicano (repudiado por algunos sectores de su propio partido) representó una opción distinta del modelo político tradicional. Con habilidad, su campaña sumó el reclamo y resentimiento de quienes han perdido trabajo, estatus económico o posición social y creó un enemigo a vencer: el sistema.

Cierto que habló de reprimir a migrantes, despreció a la prensa y fue incluso tundido en internet por los internautas progresistas. Pero ni los medios tradicionales ni las encuestadoras ni las redes sociales previeron que el día de la votación la mitad del país votaría por él, y bajo las reglas del (se comprueba una vez más) obsoleto sistema electoral estadounidense, perdió el voto popular (tuvo menos sufragios que Hillary) pero resultó triunfador para los colegios electorales.

La campaña de Hillary, más racional, más progresista, más incluyente, de mejores planteamientos, no conectó con muchos estadounidenses que deseaban golpear al sistema, querían romper con lo establecido.

En las primarias demócratas, Bernie Sanders aglutinó a miles de partidarios con un discurso reformador, no antisistema pero sí pragmático y duro. Estuvo a punto de derrotar a Hillary usando razonamientos sencillos pero directos, cuestionando lo políticamente correcto. Fue un claro aviso de lo que podría pasar si alguien ganaba la causa popular.

Y llegó el 8 de noviembre.

Para entender el resultado de la elección estadounidense hay que echar un vistazo a otros procesos, para muchos inexplicables, que nos dicen cómo funciona el voto antisistema: el llamado Brexit y el referéndom contra el acuerdo de paz en Colombia lanzaron claros mensajes de ciudadanos que hicieron las razones a un lado con tal de rechazar al sistema político y a las decisiones cupulares, estén bien o mal.

Esto debe ponernos alertas, porque representa el surgimiento de campañas de ataques y de odio.

En nuestro país hemos tenido campañas “de contraste” que se basan en la denostación y la calumnia, para enlodar al rival y bajarlo de la contienda. Esas campañas desistieron de las propuestas para centrarse en los golpes. Pero el odio que se combina con el hartazgo social y puede llevar al poder a un personaje tan controversial como Donald Trump, puede ser un elemento que se quiera colar en las elecciones de nuestro país.

Sería el origen del caos.

Para evitar este tipo de fenómenos, hay que responder al reclamo social sin caer en el populismo; debe  recuperarse la confianza de la ciudadanía e incluirla en la toma de decisiones para hacer política.

En México es imprescindible atacar de frente a la corrupción, castigar a quienes usen recursos públicos para su beneficio; utilizar las  herramientas y prácticas que garanticen la transparencia en el uso de recursos, así como ofrecer propuestas realizables durante las campañas.

Antes de tomar las decisiones se debe escuchar la voz de los ciudadanos, ellos son quienes realmente sufren o gozan los cambios que promueven los políticos y los partidos, y estos deben actuar con transparencia y dejar de responder a intereses corporativos para centrarse en el interés de la sociedad.

Sólo de esa manera se podrá evitar que en nuestro país surjan personajes que se valgan de la demagogia y el populismo para llegar al poder, emulando el ciclo que ha culminado en Estados Unidos, cuyos habitantes ahora se están preguntando qué será de su país y de cada uno de ellos.

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