Cultura para inconformes
David Eduardo Rivera Salinas
¿Más libertad o mayor seguridad?
Lo sucedido hace unas semanas en la Ciudad de Monterrey ha generado reacciones diversas en México: hemos pasado de la sorpresa al miedo, al temor, y de ahí a la indignación y el rechazo total a éstos hechos. Sin embargo, debe suscitar además, un debate no sólo político sino además de carácter ético, es decir, una reflexión de la valoración ética que las personas hacemos de nuestras acciones –y de las normas de la moral pública establecidas-.
Entre los valores de carácter deontológico que la sociedad debe defender en un país como el nuestro, existen dos muy importantes y que muchas veces se contradicen mutuamente: por un lado, la libertad de las personas –que incluye por cierto a los más jóvenes- y por otro, la seguridad de las personas –que incluye la prevención cautelar de delitos, sobre todo el ataque a personas indefensas, como los alumnos y la maestra del colegio donde sucedió ésa tragedia-.
Me refiero en particular al espacio desde donde esto parece suceder a la vista de muchos pero a la vez, bajo el desconocimiento –acaso indiferencia o desatención- de otros: el mundo del ciberespacio donde las redes sociales han abierto nuevas áreas de libertad pero también inéditas amenazas –aquí en nuestro país, no sólo en otros como el de nuestros vecinos- a la seguridad de las personas, que provoca lo que ahora nos preocupa: un conflicto que puede alcanzar dimensiones francamente inimaginables.
Este debate ético parece considerar que perder libertad para ganar seguridad, es algo que ahora podría valorarse como necesario para algunos, pero cuestionable para otros.
Por ejemplo, hace pocos años, viajar por México se hacía con mucha mayor libertad que ahora; también se hacía de manera mucho más segura que lo que hoy representa viajar por nuestras vigiladas carreteras –que a pesar de ello, siguen siendo inseguras-; sólo hasta que se presentaron conflictos, hubo necesidad de vigilarlas.
Y auque todos somos o al menos queremos serlo, amigos de las libertad, la queremos sólo para nosotros mismos, pero no para quienes cometen un delito: no para quienes roban –por eso tenemos cerraduras y alarmas en nuestras casas-, no para los que asaltan bancos y negocios –por eso nos parece oportuno instalar cámaras de vigilancia y personal de seguridad-, ni tampoco para los que raptan niños en las escuelas. Sin embargo, nos preocupamos poco o nada por los que ahora atacan a sus compañeros en la escuela y después se disparan a sí mismos –en un extraño ritual de heroísmo mal entendido por quienes los impulsan a hacerlo-.
Aunque nunca ninguna persona obtendría reconocimiento por prevenir algo así, no faltan reproches contra quienes debieron prevenirlo ni supieron proteger a las víctimas, lo cual desde luego no legitima todas las medidas que hoy puedan tomar las autoridades responsables de que ello no suceda: hoy contamos con una policía cibernética que tal vez, en este caso, no contó con los elemento para cumplir con su trabajo.
Como sea, puede que la metáfora más apropiada para entender la polémica entre libertad y seguridad sea la lucha entre los dioses del olimpo político de la que escribió Max Weber; lo que sin embargo, no puede dejar de reconocer que cada uno de estos valores –la libertad y la seguridad- no puede ser definido sin estar relación con el otro, aunque resulte difícil conciliar los respectivos ideales de uno u otro.
Tanto la libertad como la seguridad de cada persona, y desde luego las amenazas que las comprometen, evolucionan hoy y lo harán más mañana, sobre todo en los nuevos ámbitos virtuales que ha abierto la Internet.
Por eso resulta imprescindible un debate ético y político sobre el tema, que construya al menos una mínima regulación o vigilancia de ése nuevo mundo que ahora habitamos –sobre todo los adolescentes y los jóvenes- y que se superpone al otro que ya conocemos, pero que lo supera no sólo en sus posibilidades, sino lamentablemente en sus consecuencias.
¿Libertad o seguridad? ambas? sí, pero sólo a condición que la sociedad las reflexione y sobre todo, las discuta ampliamente, en casa –en familia, claro-, pero también en la escuela, en los medios de comunicación, al interior de las instituciones sociales e incluso, porqué no, en la Internet misma.