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Cultura para inconformes…
David Eduardo Rivera Salinas

Sobre la Envidia.

Filósofos y moralistas han producido bibliotecas enteras tratando de definir la envidia con la finalidad de propagar sus perjuicios y combatirla. La envidia, pasión o vicio, sentimiento desbordado o impulso irreflexivo, ha sido objeto de catecismos, sermones y discursos, de estudios y disquisiciones, pero pocas veces de panegíricos y menos de alabanzas descaradas. En craso desafío a la tradición casi universal que la condena, un mexicano, Sealtiel Alatriste,  mediante el recurso diegético concibió una apología deliberadamente provocadora titulada En defensa de la envidia. La lectura de esa novela confirma la presencia de ciertos rasgos distintivos de la envidia en la cultura en México.

Mediante el humor y la ironía, Alatriste contradice el antiguo proverbio, aquel que aseguraba que la envidia, en el mejor de los casos provoca una mueca, no la risa. Más que una defensa, la suya es una liberación de la envidia mediante la risa, el único recurso contra la opresión (que es una forma de represión), que proponía una mexicana, Rosario Castellanos: la risa es la única manera de liberarnos de lo que nos oprime.

Quien haya ojeado lo que se ha escrito acerca de la envidia, se percata de inmediato de la dificultad de defender el vicio que según San Agustín “echó al hombre del paraíso terrenal, mató a Abel, armó el odio fratricida contra José y precipitó a Daniel en la Cueva de los Leones; fiera que arruina la confianza, disipa la concordia, destruye la justicia y engendra toda especie de males."

No es tarea anacrónica ni obsoleta estudiar la envidia; tampoco corresponde exclusivamente a los moralistas. Un célebre sociólogo contemporáneo, Francesco Alberoni, libre de toda intención religiosa o moralizante escribió en 1991, un moderno tratado sobre el séptimo pecado capital. La obra se llama Los envidiosos, seguramente para distinguir al objeto de estudio como un afecto común que relaciona a ciertos grupos sociales, más que como una esencia maligna que correspondiera al mundo de lo ideal.

Cuando aparece un genio en el mundo, se puede reconocer por una
señal inequívoca: todos se unen contra él.
Jonathan Swift

La virtud siempre es perseguida: los envidiosos mueren, pero la envidia nunca.
Moliêre

En el nivel más modesto, tiene que surgir la necesidad de alabar, de exaltar, de reconocer –sin la mezquindad de la envidia- todos los dones y carismas que
Dios derrama en tantas personas, incluso próximas a nosotros.
Gianfranco Ravasi

Además de éstas afirmaciones salidas de dos clásicos de la literatura y de un sacerdote romano contemporáneo nuestro, el Irlandés Jonathan Swift, el francés Moliêre y el italiano Gianfranco Ravasi, podemos incorporar otra más, extraída de los textos del alemán Friedrich Nietzsche: No desees al envidioso que tenga hijos. ¡Tendría envidia de ellos porque ya no puede tener su edad!

Estamos hablando de la envidia, ésa pelota de goma que cuanto más la empujas hacia abajo en el agua, más sale a flote; aunque su esencia más profunda queda definida tal vez por el filósofo Baruch Spinoza: gozar con el mal del otro y entristecerse del bien del otro. Por eso ha entrado en el triste cortejo de los vicios capitales y se ha rodeado a su vez de una serie de lacayos y damas de compañía, como el rencor, el hastío, la malevolencia, la calumnia o la maldad.

La envidia no soporta pues, la superioridad del otro en inteligencia, en bondad, en belleza, en generosidad; pero tampoco lo soporta en honestidad, en carisma y, sobre todo, en humildad; y entonces se decide a difamar, a denigrar y destruir la integridad de las personas, pero olvidando acaso, que su actitud puede volverse en contra suya, es decir, el envidioso, al no lograr destruir al otro, se atormenta.

El libro bíblico de Los Proverbios lo describe perfectamente: la envidia es carcoma de los huesos. Lamentablemente, el envidioso no termina ahí; pues hijo de la envidia es el odio, un vicio que, como un veneno, una vez inoculado no deja vivir a las personas en paz.

La única manera de vacunarse contra esta enfermedad, es a través de grandes dosis de autocrítica, de humildad, pero también de risa.

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