Cultura para inconformes…
David Eduardo Rivera Salinas
David Eduardo Rivera Salinas
Memoria del futuro.
Sueño mi pintura y luego pinto mi sueño.
Vincent Van Gogh
La vida sólo se comprende mirando hacia atrás,
Pero se debe vivir hacia adelante.
Sren Kierkegaard
Sueño mi pintura y luego pinto mi sueño.
Vincent Van Gogh
La vida sólo se comprende mirando hacia atrás,
Pero se debe vivir hacia adelante.
Sren Kierkegaard
Memoria del futuro es una expresión –a manera de oxímoron- que alude a uno de los rasgos fundamentales de la libertad humana –rasgo esencial de las funciones de la corteza prefrontal, según la neurociencia-: su dimensión futura; es decir, significa que el producto de estas funciones cerebrales se compone de memoria del pasado transformada por la imaginación y proyectada al futuro.
Desde los primeros estudios sobre las neuroimágenes funcionales del cerebro humano, se descubrieron las activaciones de la corteza prefrontal del cerebro en la planificación mental de los movimiento y el lenguaje. Así, la percepción de memoria futura resulta evidente si tomamos en cuenta que en la mente no hay acción planeada ni futura sin el recuerdo, por asociación, de acciones similares en el pasado, realizadas por nosotros o por otros; así, por ejemplo, la planeación y la toma de decisiones consisten en recrear acciones viejas de una manera nueva.
Esta reflexión resulta relevante si coincidimos en que la libertad para tomar decisiones –lo que luego llamamos el libre albedrío-, es la más preciada y trascendental de todas las libertades. Cuando decidimos algo, determinamos nuestro futuro, y a veces el de otros.
Por ejemplo, cuando ejecutamos acciones como la planeación y la creatividad –elementos esenciales en la toma de decisiones-, lo que sucede es que al decidir la realización de una determinada acción, en realidad nos proyectamos hacia el futuro.
Sin embargo, tomada en su sentido literal, esta idea llena de sentido común sobre la toma de decisiones oscurece la no tan evidente verdad de que el futuro se construye a partir del pasado y que todas las decisiones tienen una historia detrás. Es decir, nadie decide algo a partir de nada.
Por cierto, el verbo “decidir” proviene del latín decidere, que significa literalmente cortar; en este sentido, decidir es concluir, terminar e iniciar una acción, al margen de cuál sea ésta. En todos los casos, decidir es llevar a término demandas compatibles –o en competencia como dicen los neurocientíficos- del cerebro o del entorno interno o externo.
Con interdependencia del grado de intencionalidad subyacente, cada decisión que tomamos tiene una historia y nunca surge completamente “de la nada”. La decisión puede deberse a un estímulo, una señal, una palabra, un episodio repentino o incluso, una intuición, pero sin duda, es informada por la experiencia, por algún tipo de memoria, incluso estrictamente biológica o filética y adopte la forma de impulsos básicos, como los relativos al hambre, el sexo, la necesidad de sobrevivir o la violencia.
Sin embargo, la libertad para decidir nos permite escoger entre alternativas de información y alternativas de acción basadas en dicha información. Por eso consideramos a la decisión que tomamos –aquí y ahora, como un punto de convergencia de impulsos (inputs) procedentes del pasado y divergencia de impulsos (outputs) que van hacia el futuro.
Nada está resuelto y dos preguntas quedan al aire.
¿Cuáles son las bases neurales de la libertad para tomar decisiones que tengan impacto en nuestro futuro? Y ¿Dónde se encuentra la libertad de elección tras una decisión que, en cualquier caso, está básicamente determinada por numerosos antecedentes, impulsos, reglas, sustancias químicas, leyes y redes cerebrales?
Aún no hay una respuesta unívoca.
Pero, ¿existe o no un libre albedrío?
Desde los primeros estudios sobre las neuroimágenes funcionales del cerebro humano, se descubrieron las activaciones de la corteza prefrontal del cerebro en la planificación mental de los movimiento y el lenguaje. Así, la percepción de memoria futura resulta evidente si tomamos en cuenta que en la mente no hay acción planeada ni futura sin el recuerdo, por asociación, de acciones similares en el pasado, realizadas por nosotros o por otros; así, por ejemplo, la planeación y la toma de decisiones consisten en recrear acciones viejas de una manera nueva.
Esta reflexión resulta relevante si coincidimos en que la libertad para tomar decisiones –lo que luego llamamos el libre albedrío-, es la más preciada y trascendental de todas las libertades. Cuando decidimos algo, determinamos nuestro futuro, y a veces el de otros.
Por ejemplo, cuando ejecutamos acciones como la planeación y la creatividad –elementos esenciales en la toma de decisiones-, lo que sucede es que al decidir la realización de una determinada acción, en realidad nos proyectamos hacia el futuro.
Sin embargo, tomada en su sentido literal, esta idea llena de sentido común sobre la toma de decisiones oscurece la no tan evidente verdad de que el futuro se construye a partir del pasado y que todas las decisiones tienen una historia detrás. Es decir, nadie decide algo a partir de nada.
Por cierto, el verbo “decidir” proviene del latín decidere, que significa literalmente cortar; en este sentido, decidir es concluir, terminar e iniciar una acción, al margen de cuál sea ésta. En todos los casos, decidir es llevar a término demandas compatibles –o en competencia como dicen los neurocientíficos- del cerebro o del entorno interno o externo.
Con interdependencia del grado de intencionalidad subyacente, cada decisión que tomamos tiene una historia y nunca surge completamente “de la nada”. La decisión puede deberse a un estímulo, una señal, una palabra, un episodio repentino o incluso, una intuición, pero sin duda, es informada por la experiencia, por algún tipo de memoria, incluso estrictamente biológica o filética y adopte la forma de impulsos básicos, como los relativos al hambre, el sexo, la necesidad de sobrevivir o la violencia.
Sin embargo, la libertad para decidir nos permite escoger entre alternativas de información y alternativas de acción basadas en dicha información. Por eso consideramos a la decisión que tomamos –aquí y ahora, como un punto de convergencia de impulsos (inputs) procedentes del pasado y divergencia de impulsos (outputs) que van hacia el futuro.
Nada está resuelto y dos preguntas quedan al aire.
¿Cuáles son las bases neurales de la libertad para tomar decisiones que tengan impacto en nuestro futuro? Y ¿Dónde se encuentra la libertad de elección tras una decisión que, en cualquier caso, está básicamente determinada por numerosos antecedentes, impulsos, reglas, sustancias químicas, leyes y redes cerebrales?
Aún no hay una respuesta unívoca.
Pero, ¿existe o no un libre albedrío?