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Cultura para inconformes…
David Eduardo Rivera Salinas
Cuando nada vale nada.
La nada es lo irreductible que encuentra
la libertad humana cuando pretende ser absoluta
María Zambrano
Hace un siglo, Oscar Wilde escribía los siguiente: sabemos el precio de todas las cosas, pero no conocemos el valor de nada. Mucho antes, pero en la misma línea, el gran poeta Andaluz Antonio Machado nos recordaba que sólo el necio confunde valor y precio.
Durante años, los economistas, pero también los políticos y muchos ciudadanos del mundo han creído que eso es así. Han vivido del crédito que usan para comprar cosas cuyo precio conocen, pero desprecian ciertas cosas cuyo valor niegan: el valor inmenso del agua y el aire, la ecología, pero también el tiempo y la tranquilidad. Arrastrados por la poderosa máquina del deseo, impulsados por un neoliberalismo rampante, han vivido por encima de su posibilidades y, lo peor, están destruyendo el mundo en formas tal vez irreparables. Han despreciado la solidaridad y la generosidad humanas, han rechazado todo lo que, en realidad, tiene verdadero valor.
Pero también han contribuido colectivamente, liderados por brillantes economistas, por lúcidos políticos y por la mayor parte de los partidos políticos, desde los conservadores hasta los progresistas, a crear una burbuja que finalmente ha reventado frente a ellos, y que ha destruido las economías, los sistemas ecológicos, la verdadera riqueza de la tierra y de los hombres, incluso llevándose de paso algunas de las esencias de la democracia real.
Eso es lo que ha ocurrido de forma muy grave durante los últimos veinticinco años. Han vivido secuestrados por el neoliberalismo, como lo ha señalado el economista  británico Raj Patel.
Pero también han acabado creyendo todos que la codicia debe ser el valor supremo, la única guía que debe gobernar sus actos, creyendo que el poder y el dinero bastan por sí solos para restablecer el orden de las cosas en el mundo; que la codicia y la búsqueda del beneficio individual, del sólo valor de las cosas, es todo cuanto hace falta para que el mundo prospere, más que nunca y más universalmente que en toda la historia de la humanidad.
Pero si la nada es lo irreductible que encuentra la libertad humana cuando pretende ser absoluta, sólo puede dejar caer su absoluto sobre aquello que le resiste; es decir, quien pretende ser absoluto –como muchos de nuestros políticos de moda- termina en la nada, ignorando que la nada vale nada, aunque la nada parezca ser la sombra de un todo que todo lo cubre, terminando en algo así como el vacío de un lleno tan poco eficaz como duradero, porque en realidad se corresponde más con la ignorancia y el olvido de la condición humana, pues quien persiste en tenerlo todo, termina teniendo nada y perdiendo lo mas valioso que posee, su libertad.
Por ello, hoy más que nunca, se requiere de un retorno a lo verdaderamente valioso, no la posesión de las cosas, del poder y del dinero, tampoco de las personas y de su voluntad, sino del deseo y la acción de una verdadera libertad que supere el poseer por el ser, la derrota por la esperanza; que supere la corrupción de las ideas y las prácticas, por una ética y una política que le dé valor a todo aquello que anhelamos con genuino sentido de convivencia.
Pero eso, todo eso, no es la nada que no vale nada; es el todo del que se nutre la crónica de un futuro mejor, el futuro que nos espera, si cambiamos ahora las condiciones del presente.

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