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Cultura para inconformes…
David Eduardo Rivera Salinas

Sobre lo políticamente correcto

El sabio no dice todo lo que piensa,
pero siempre piensa todo lo que dice.
Aristóteles

Cierto es que, en general, aprendemos a decir la verdad.
Enseñanza que nos ayuda a no fingir lo que no somos, a no engañar en lo que pensamos. No menos cierto es que también se nos educa en que nuestras interpretaciones —sobre todo si son valorativas— deben ser sometidas a un filtro, para no caer en desconsideración, no herir sin necesidad y para no ser intolerantes poseedores de una verdad absoluta.
Se nos pide ser espontáneos, a la vez que reflexivos y a recapacitar sobre lo que pensamos, salvo que queramos ganarnos el título de inoportunos y groseros. El equilibrio, en esto como en otras cosas de la vida, nos ofrece la oportunidad de medir las palabras dichas, a mesurar lo que opinamos. Nos hace menos esclavos de lo que decimos —de nuestras palabras— y más dueños de lo que pensamos.
El ignorante afirma, el sabio duda y reflexiona, según Aristóteles, que además perfeccionó al decir que el sabio no dice todo lo que piensa, pero siempre piensa todo lo que dice. Necesitamos pues, conocer la opinión que nos dirige a hacer lo correcto. Justo es cuestionarnos ahora eso que eufemísticamente llamamos lo políticamente correcto, que hoy por hoy domina el lenguaje político o cultural.
Esta expresión tuvo su origen en la Corte Suprema de Estados Unidos en el caso Chisholm vs. Georgia de 1793, donde el uso de una frase citada en el proceso no era correcto. Más tarde, Umberto Eco resalta su origen en la política de izquierda y socialmente intencionada, resultado de aquel término proveniente del Marxismo-Leninismo y que describe como tal corrección política la línea partidaria apropiada.
Más recientemente, la expresión fue redefinida por los sectores de la izquierda estadounidense, como una forma satírica de criticar ideas demasiado rígidas o intransigentes y, en concreto en los años '70s y '80s, por los movimientos feministas y progresistas para referirse a su propia ortodoxia. Aunque esta crítica no ha estado exenta de cierta preocupación, por el celo desmesurado a la hora de aplicar los cambios sociales.
Finalmente se retoma su uso tal vez bienintencionado, con la utilización de un lenguaje social inclusivo y para denominar la tendencia en la aceptación y manipulación -por determinados grupos de presión- de ésta expresión para aplicar lo que socialmente puede estar bien considerado y lo que no, pero con un cierto maniqueísmo, al tratar de definir lo que es bueno y lo que es malo en una sociedad construida desde la más absoluta toma de postura acrítica, que hoy caracteriza a una buena parte de nuestra sociedad.
Pero, ¿cómo se puede definir lo políticamente correcto?
Resulta muy difícil y polémico intentar siquiera hacerlo, sobre todo por el significado peyorativo o irónico que encierra. En un sentido más amplio se usa para describir la afiliación con una ortodoxia política o cultural. Pero en una formulación más concreta describe aquello que podría causar ofensa o ser rechazado por una ortodoxia social. Surge esta ironía derivada por la preocupación de que el discurso público, la ciencia, los espacios académicos o el periodismo, puedan verse dominados por determinados puntos de vista —sean mayoritarios o no—, y que se establecen de forma acrítica, adscritos con una determinada posición política.
Complementando lo anterior, podemos decir que este uso del lenguaje dulcifica nuestra forma de comprender e interpretar la realidad, proporcionando una distancia con la que ocultar lo más desagradable de dicha realidad. A esto se añade que puede ser propiciado manipulando la información, es decir, cuando se maquilla la cara más dura de la realidad, con la aquiescencia de los medios de comunicación, sobre todo aquellos muy cercanos al poder político.
Y si el objeto de lo políticamente correcto, en su versión bien intencionada es ser referente y espejo de aquellos logros sociales, políticos, educativos o culturales, en cuanto a libertad e igualdad, es manifiesto que solo puede darse cuando vienen acompañados de la necesidad de fomentar una educación y una cultura para poder evaluar y saber qué puede ser ofensivo, en qué ideas hay consenso y qué valoraciones conlleva, para poder emitir juicios, adoptar actitudes y tomar decisiones, pero evitando acabar por convertirse en la obsesiva ocultación de la realidad y, en su caso, en una persecución maniqueísta de ella.
Para finalizar, podemos tal vez coincidir en que debe evitarse la presentación que se hace de lo políticamente correcto con argumentos inocentes y de fácil asimilación. Su supuesta inocencia y la facilidad de asimilación que conlleva deben ser contrarrestado con argumentos, porque el hablar como si se pensara y se actuara de verdad, no resuelve los problemas, tan sólo los posterga.
Lo políticamente correcto no puede escapar de la crítica y la reflexión, a pesar de las buenas intenciones que pudiera encerrar. Para no caer en los excesos resulta necesario estudiar las grandes categorías que lo influencian y condicionan, especialmente en la actividad política.
Además, sin puntos de divergencia no podremos ejercitarnos ni avanzar en la comprensión de lo público y nos resulta difícil entender las causas y los efectos de diversas problemáticas sociales. En todo caso, tenemos que buscar la fundamentación que se esconde detrás de lo políticamente correcto y denunciar cuando se nos presente un mensaje cuyo contenido encierre algo similar a esta frase: no te preocupes, nosotros ya pensamos por ti.
Tal vez sea mejor parafrasear las iniciales palabras de Aristóteles en este sentido: el sabio sabe lo que dice, el estúpido dice lo que sabe. ¿Y qué es lo que dice saber? sólo lo políticamente correcto.

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