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Cultura para inconformes…

David Eduardo Rivera Salinas

Entre la virtud y la maldad.

Las más de las veces los hombres consiguen mejor llevar a cabo grandes acciones que buenas acciones.

Montesquieu

En la vida se presentan en ocasiones, algunas alternativas que nos obligan a tomar una elección muy parecida a la que hacemos cuando estamos frente a una encrucijada en el camino.

Esto ya lo describió la literatura griega, y lo conocemos como el clásico mito de Hércules, contado por Jenofonte, más a o menos así: en una encrucijada, Hércules se encuentra con dos mujeres que le señalan caminos antitéticos, contrarios. Sus nombres son emblemáticos, Arethé, que significa Virtud y Kakía, que significa Maldad.

Aunque debemos precisar tal vez, en palabras del escritor rumano Emile Cioran, cuando afirma que el mal, al contrario que el bien, tiene el doble privilegio de ser fascinante y contagioso. Por tanto, tal vez tenga razón Montesquieu, artífice por cierto de la distinción en política de los tres poderes del Estado, ejecutivo, legislativo y judicial.

Pero también encontramos una crítica más contemporánea a este mito, por ejemplo en el cine, con la habitual ironía de Woody Allen cuando afirma que, siendo buenos se duerme mejor, pero los malos se divierten más cuando están despiertos.

Cuando la filósofa alemana Hannah Arendt escribió en 1945 que el problema del mal será la cuestión fundamental de la vida intelectual en la posguerra europea, pudo haber ampliado con toda facilidad su marco geográfico, pues no existe problema más importante en el mundo hoy en día que la existencia del mal, y no hay tema alguno en el que se piense de una manera más confusa y al que se den unas respuestas más contraproducentes.

La maldad nos amenaza de tal forma que los huracanes, el calentamiento global, las epidemias de influenza y los pánicos financieros, por terribles que sean, parecen pequeños en comparación.

Presente a nuestro alrededor, la maldad exige todo nuestro esfuerzo para comprenderla, si queremos contenerla.

El problema del mal es uno de nuestros acertijos intelectuales más antiguos. Se han escrito infinidad de libros intentando definir el mal, catalogar sus horrores, dar fe de su persistencia, explicar su atractivo y enfrentarse a sus consecuencias. El tema ha atraído a filósofos, poetas, artistas, teólogos y novelistas. Todas las lenguas importantes tienen un término para referirse al mal, y todas las religiones importantes muestran preocupación por él. Los seres humanos quizá quieran ser buenos, pero han reconocido hace mucho tiempo que tienen que familiarizarse con la maldad.

Como atañe tan de cerca al misterio de la naturaleza humana, el mal es un tema al que conviene acercarse con muchísima cautela. Afortunadamente, eso no ha sido obstáculo para que los mejores pensadores que ha conocido jamás el mundo se ocuparan de él.

Sin embargo, en el preciso momento en que empezamos a hacernos preguntas sobre la naturaleza del mal, empezamos también a comprender lo difícil que es responderlas. Sólo en occidente, dos de los teólogos más grandes de la tradición cristiana como San Agustín y Santo Tomás, dedicaron incontables páginas a explorar la existencia del mal y las formas que adopta, un trabajo que por cierto ya había adquirido forma gracias a filósofos como Platón y Aristóteles.

Todos los estudiantes a los que se pide que lean Macbeth u Otelo de William Shakespeare se introducen en la complejidad del mal, igual que aquellos que analizan El paraíso perdido del poeta y ensayista inglés John Milton o el Fausto del alemán Johann Wolfgang Goethe. La fascinación por el problema del mal, según afirma la filósofa norteamericana Susan Neiman, dominó los escritos de pensadores de la Ilustración como Jean Jacques Rousseau, Immanuel Kant y Voltaire, y encontró una expresión particularmente conmovedora en la filosofía de Friedrich Nietzsche.

En fin, sabemos que el mal existe, pero no podemos estar seguros de qué es aquello que hace que la gente sea mala, o si se podrá reducir alguna vez su maldad.

Como sea, tal vez lo más recomendable que debemos hacer para aceptar los horrores a los que nos enfrentamos es dejar de hablar del mal en general y concentrarnos, por el contrario, en alguna de sus manifestaciones contemporáneas más evidentes, por ejemplo en la maldad política en particular. La maldad política hace referencia a la muerte, destrucción y sufrimiento intencionados, malévolos y gratuitos infligidos a personas inocentes por políticos malvados, líderes de movimientos o incluso Jefes de Estados en sus esfuerzos estratégicos por realizar sus ambiciones.

La historia es testigo constante de que la humanidad ha derrochado enormes recursos en realizaciones colosales pero moralmente indignas. Y nunca falta quien esté dispuesto a apretar los dientes y a trabajar sin descanso para obtener una pequeña porción de gloria o sus quince minutos de fama en la memoria pública.

Finalmente, ante la cercanía del próximo proceso electoral, cobra mayor relevancia las dos frases siguientes: la primera del escritor austríaco Karl Kraus cuando dice que el diablo es un iluso si piensa que puede hacer peores a los hombres; la segunda, del poeta francés Charles Baudelaire: la mayor astucia del diablo es hacernos creer que no existe.

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