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Cultura para inconformes…
David Eduardo Rivera Salinas
8 de marzo: la tercera mujer…
Hay ciertas cosas donde el ojo de la mujer
ve siempre mejor que cien ojos masculinos.
Gotthold Ephraim Lessing

En esta cita, los ojos a los que se refiere este gran escritor alemán de la Ilustración, son los ojos del alma, que saben perforar la realidad y penetrar profundamente, desvelando incluso lo oculto, el misterio, el secreto último de las cosas y de las personas. En eso, en ver con mayor claridad la realidad, las mujeres demuestran más inteligencia.

Sin embargo, una nueva figura social femenina, que algunos autores intentan describir bajo la denominación de la tercera mujer, ha aparecido en las sociedades occidentales contemporáneas como producto de los cambios sociales que se han producido a lo largo de las últimas décadas.

Gracias a los estudios de género y a los esfuerzos por una igualdad plena entre los mundos femenino y masculino, ahora toda la trayectoria de la vida femenina empieza a no estar ya predestinada ni orquestada por el orden social y natural. Ahora, muchas mujeres tienen la posibilidad de que en sus vidas haya una lógica de indeterminación social y de elección libre análoga a la que configura el universo masculino.

A través del análisis de esta tercera mujer, la nueva situación de la mujer ha revisado pero no ha borrado el mecanismo de diferenciación social de los sexos. No hace mucho era estimulante considerar lo que había cambiado en la condición de las mujeres, pero ahora el fenómeno más enigmático y rico desde el punto de vista teórico parece ser la relativa continuidad de los papeles según el sexo. Las funciones tradicionales que perduran, logran hacerlo no por inercia histórica sino porque expresan una nueva identidad sexual y autonomía subjetiva.

La continuación del apego estético o sentimental de las mujeres al ambiente doméstico no se debe al peso de la aprobación social sino a su estado como vector de una identidad individual libremente elegida. Los caminos diferenciales de hombres y mujeres parten del interior de la cultura individualista democrática.
Los papeles según el sexo no serán intercambiables pero se constituirán de modo que no sean un obstáculo para la libre disposición del yo.

Sin embargo, falta mucho para que desaparezcan las asimetrías de género, aunque cualquier cosa que un género haga es, en principio, accesible al otro. Los gustos, las prioridades esenciales y la jerarquía de las motivaciones, la separación estructural y la identidad masculina/femenina siguen reproduciéndose continuamente.

Al iniciar el siglo veintiuno, cuando la figura social e histórica de las mujeres ha tenido un profundo proceso de transformación, más que en ningún otro periodo de la historia, surge una pregunta central, ¿por qué las mujeres están conservando formas de concebirse a sí mismas y de ser ante los hombres, que pertenecen a modelos tradicionales, junto con otras maneras insertas en una nueva manera de definirse y de relacionarse?

Las respuestas a interrogantes como ésta, sólo se obtienen analizando estos procesos de transformación y de confluencia de los roles de género tradicionales y modernos en la vida de las mujeres de hoy, pues sin duda ellas han revolucionado en las últimas décadas su destino y su identidad.

Cautivas de la procreación, con sueños de realización personal vinculados únicamente a ser madres y amas de casa, sometidas en su expresión sexual por una moral severa, las mujeres ahora mismo expresan nuevas formas de ser en el mundo que trascienden lo que fueron limitaciones ancestrales y abriendo continuamente heridas en las fortalezas masculinas.

Así las cosas, a esta nueva figura social de lo femenino que marca una fuerte ruptura en la historia de las mujeres, y que expresa además un evidente avance democrático aplicado al estado social, cultural e identitario de lo femenino, es lo que algunos autores, sobre todo el reconocido investigador francés Gilles Lypovetsky denomina en sus estudios la tercera mujer.

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