Skip to main content

Cultura para inconformes

David Eduardo RiveraSalinas

Sobre las elecciones.

Imposible no hablar de elecciones. Es oportuno hacerlo, dirían algunos periodistas políticos. Simplemente, representa no negarse a escudriñar una realidad cambiante, inédita por momentos, esperanzadora para muchos, preocupante para otros.

Como sea, intentar decir algo acerca del proceso electoral en marcha, supone tal vez esforzarse en mirar hacia el espejo aquello que no en pocas ocasiones nos resulta agradable reconocer.

Los mexicanos, hijos de los diversos pueblos que habitaron originalmente nuestros territorios, somos también hijos de España y, por lo tanto, parte de la cultura occidental.

Nuestra religión, nuestra concepción de la familia, nuestra sexualidad, nuestra comida, nuestra vestimenta, nuestros valores, son los de la cultura occidental y evolucionamos de acuerdo con los cambios que se producen en el resto de occidente. Al mismo tiempo, somos americanos, un tipo específico de la cultura occidental. Esta especificidad es más clara en el tema político. ¿Porque?

Bueno, primero porque nunca tuvimos reyes. A lo mucho hemos tenido “aristócratas”, que a despecho de sus sueños de emparentarse con las casas reales europeas, lo más que consiguieron fue ser descendientes de segundones, prófugos, peregrinos y aventureros que escaparon del viejo mundo hace siglos buscando un mejor destino en un paraje inhóspito, lo más cercano al infierno, según las creencias de la época.

Hemos tenido pues, una aristocracia artificial, copiada de la europea y hoy mimetizada a la norteamericana, que ha promovido un conservadurismo también artificial. En nuestro país, como en la mayoría de los países Latinoamericanos, se han instaurado democracias presidencialistas, fuertemente elitistas, que han dado origen a nuestro sistema político contemporáneo

Nuestras élites políticas, primero tuvieron su vista puesta en Europa hasta muy avanzado el siglo veinte; es decir, los mexicanos hemos sido americanos que soñábamos con ser europeos. Hace cien años, en nuestros país era de buen gusto hablar francés y conocer París; nuestras élites sentían por Norteamérica un gran desprecio cultural, que hoy persiste sólo en las clases medias y populares. Nuestros actuales gobernantes no piensas así; pero para nosotros, los “gringos” nos parecen una sociedad de “gente común”, que come chatarra, toma coca-cola y tiene monumentos de plástico.

En la política hemos seguido la misma tendencia. Primero se quisieron reproducir las ideologías del viejo continente, aunque allá había de todo, desde liberales y conservadores, hasta burgueses y socialistas, sin que existieran realmente las bases sociales que dieron sentido a ésas ideologías al otro lado del mar; por eso aquí no se desarrollaron con la misma intensidad intelectual.

Por ejemplo, nosotros, los jóvenes de entonces –como dice un gran poeta-, como bachilleres recibimos clases de doctrinas europeas; leímos y discutimos teorías liberales, socialistas, marxistas e incluso, demócratas-cristianas.

Por lo tanto, crecimos con la terminología que surge entonces y que supone una interpretación “correcta” del acontecer político, y que ubica a los partidos y sus candidatos en un movimiento que discurre de la izquierda a la derecha, con la ayuda de dos conceptos “neutros” que permiten mantener vigente ésa división, más allá de lo que ocurra en la realidad: el populismo y la centro-izquierda.

Pero bueno, todo parece indicar que ambos conceptos están más vigentes que nunca; incluso más próximos de lo que aparentan. Ambos conceptos se usan cuando un líder o un partido no entra en la lógica armada desde el eje izquierda-derecha, cuyo pensamiento y acción no es fácil de ubicar en ése punto; y cuando un líder o un partido de izquierda llega al gobierno y aplica las mismas medidas que los gobiernos de derecha, respectivamente.

Sume usted otro extraño ingrediente en el actual proceso electoral: persisten marxistas –aunque lo nieguen- que al mismo tiempo son católicos y nacionalistas; y otros que son liberales –muy liberales diríamos- en lo económico pero al mismo tiempo conservadores en lo religioso y lo sexual.

Vivimos pues, en una sociedad occidental en que los partidos políticos con posibilidades reales de poder se diferencian por matices; y los políticos en contienda no escogen su ideología estudiando libros o asistiendo a seminarios; lo hacen aplicando una encuesta y buscando un partido que los acepte

Ya sabemos que una amplia mayoría de mexicanas y mexicanos están cansados de los partidos políticos, de las ideologías y de los viejos liderazgos; y suponer que cuando alguien escoge a su candidato por razones ideológicas, es cerrar los ojos a la realidad.

No afirmamos con ello, que las ideologías no sirvan para nada, pero en realidad, ahora mismo ante un proceso electoral con éstas características, nos orientamos a través de nuestras visiones de la realidad, que nos permiten ser lo que somos; además tenemos valores y son ellos quizá, en última medida, quienes nos impulsen a tomar una definición, que por cierto, al revisar las encuestas, resulta claro que en esta ocasión no habrá “voto útil”, sólo habrá un ganador y muchos perdedores.

Al final de cuentas, lo que importa es que lo que más quieren las personas es vivir mejor, usar Internet, tener un teléfono móvil, cambiar su dispositivo de sonido, mejorar su salario y su casa, y acceder a más y mejores bienes y servicios que parecen indispensables para nuestra vida.

Por ello, no preguntamos ahora a la gente por quien van a votar, porque resulta evidente que eso ya está decidido; tal vez sólo nos resta prepararnos o para la efímera euforia o para la nunca sorpresiva decepción; o porqué no, para ambas.

Leave a Reply