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Andrés Manuel ya no nos platica como hace tiempo
Quito del Real
No me queda claro si el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, tiene claridad para todos los temas que exige solución nuestro país sacrificado. No sé si, en el fondo, lo que desea es mantener distraída a la gente con soluciones que parecen ocurrencias y que levantan ámpula en cuanto son tratadas por los medios de comunicación. A mí me suena a ligereza traer a colación, en estas semanas de gran expectativa y de propuestas estructurales, que se haya metido en el asunto del beis-bol o estarse quieto (safe) a la hora de tener que responder a las demandas de investigación que el público exige contra Manuel Bartlett, y contra los campos de experimentación genética del poderoso asesor Alfonso Romo. Aquí las inquietudes populares han sido disminuidas con cierta discreción.
A mi juicio, cosas como éstas podrían ponerse en claro de otra manera, con un estilo cuidadoso de comunicación social, donde Andrés Manuel no deje de poner en claro las cosas.
Pero lo importante, lo verdaderamente importante, es que mantenga un hilo de atención para aclarar los asuntos que tienen que ver con las grandes cantidades de dinero que exigirán las obras que se propone efectuar, desde las más caprichosas o las que responden a una necesidad y a un sentir popular. Porque no todo lo que dice se puede hacer nomás por sus pistolas; felizmente, él no es Dios, es apenas el representante que eligieron los mexicanos para conducir el país en los próximos años.
Esto podría hacernos colegir que al presidente se le han cruzado varios cables a la hora de sus intervenciones, producto de su asombrosa hiperactividad, y no ha mostrado precaución al declarar acerca de una gran diversidad de soluciones incluidas en un mismo paquete, como si todo lo que saliera de su boca no tuviera que pasar por el ojo escrutador de quienes votaron por él, o porque simplemente el presidente electo considera que casi todas sus afirmaciones no tienen réplica, en virtud de su origen espiritual, místico, republicano y divino.
En verdad, me tiene azorado la naturalidad con que Andrés Manuel afirma el cambio de varias secretarías a otros estados, como si eso no obligara a desembolsar montos colosales de dinero que, en los tiempos de austeridad con que él mismo nos amenaza, parecen sueños guajiros de un dirigente político que de repente decidió perseguir un proyecto semejante a la Larga Marcha de Mao Zedong, cuando recorrió 13,500km huyendo, junto con su gente, para evadir el acoso del ejército de Chian Kai-shek. ¿En verdad se da cuenta Andrés Manuel del tamaño de ese despropósito, con matices de poca humanidad, que pone en riesgo relaciones sociales, familias y empresas,  y no explica en la mesa de discusiones el asunto de organización patrimonial, donde la gente tendría que apelar a la mano mágica del ungido para reiniciar una vida en lugares muy húmedos y calurosos, y para dejar atrás, sin chistar, sus historias personales?
Puede que la temperatura mental de López Obrador lo acerca a un choque eléctrico, producto de sus grandes jornadas donde quiere mostrar, a sus 64 años, su naturaleza de hierro.
Considero que al presidente electo se le está yendo la mano con varios planteamientos que, vistos sin animosidad, parecen ser extraídos de una locura producida por el cansancio. Casi un delirio de surmenage. Ha cambiado de las intervenciones discursivas, caracterizadas por la seriedad, el temple, la humildad y una retórica cuyo sonido primigenio era el de un líder inspirado profundamente por la respiración apasionada de la gente, a otro donde ya comienza a subir la voz y soltar un sonido agudo con que corona sus crescendos y sus cantos canoros de reclamo, para iniciar una sesión de diatribas, regaños o puntillosas aclaraciones.
Se supone que los mexicanos debemos observar los desplazamientos orales del presidente electo con naturalidad. Pero esto no es posible, porque el país destruido y desmantelado por los narcos y las oligarquías políticas, financieras, inmobiliarias, etc., debería ser reconstruido por quienes efectuaron conscientemente su daño.
Otra vez, a semejanza de los regímenes que vienen de López Portillo a Peña Nieto, se apela al sacrificio de los trabajadores y ciudadanos en general, para iniciar el enésimo proyecto de austeridad. Que, por favor, la gente no proteste porque la lápida les va a caer en la espalda; la naturaleza de la roca de hoy no es semejante a las anteriores, porque proviene de la mano de un dirigente beatífico y sobrehumano.

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