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Cultura para inconformes

David Eduardo Rivera Salinas

El virus de la inmunodeficiencia política

 

Ahora que el coronavirus pareciera que empieza disminuir su presencia (aunque pueda luego quedar una larga convalecencia) es momento de recordar que el virus puede dañar también nuestra memoria. Entre la lluvia de emociones y la tormenta de whatsapp, correos y llamadas, ante los que el impermeable del tiempo se queda pequeño, tenemos el peligro de olvidar que la historia es maestra de la vida, pero sólo si aprendemos de sus lecciones.

El teólogo suizo Karl Barth, uno de los más influyentes pensadores cristianos del siglo veinte, escribió que el hombre es un abanico impresionante de posibilidades supremas e ínfimas, donde cabe desde la comunión con lo infinito hasta la más mundana de las acciones; lo que sin duda hemos podido atestiguar en las últimas semanas.

En este mundo que eufemísticamente llamamos desarrollado, vivimos una época de euforia unilateral y casi omnipotente; ahí están la inteligencia artificial, el aprendizaje profundo, la telemática y la robótica; la pregunta es si un día los biorobots superarán a los humanos -quizá si no puedan ser afectados por los virus-.

Tal vez por eso, con una finura innegable, el poeta catalán Antoni Puigverd se pregunta si no será que los humanos de este tiempo, gracias al progreso de la genética, presumimos de haber suplantado a Dios, aunque de repente nos hemos sentido asustados, desbordados, tan pequeños que muchos han vuelto a acordarse de Dios, aunque sea sólo para culparle del coronavirus.

Nuestra fragilidad parece poner en cuestión nuestro poder, y nuestro poder vuelve increíble nuestra fragilidad. Esa contradicción que nos constituye puede expresarse con el lenguaje. Por ejemplo, Albert Camus señaló que el hombre es el único animal que nunca está contento con lo que es; en cambio, Nietzsche nos sitúa frente al dilema de ser superhombres o ser los últimos hombres y Jean-Paul Sartre afirmó en su momento que somos antes que nada, una pasión inútil.

Ya sabemos que en tiempos de guerra -y ahora también de pademia- la primera víctima es la verdad. Por ello, resulta estremecedor escuchar que prepararse para las pandemias no produce beneficios y por tanto no se hará nada, y no se hizo nada. Mientras que buscar después una vacuna y unos medicamentos es una fuente impresionante de ganancias. Es lo que el reconocido economista francés Thomas Piketty llama el cinismo del dinero.

Amarás al Dinero sobre todas las cosas. Según ese primer mandamiento, el criterio último de acción no es el bienestar de los seres humanos sino el beneficio económico particular. Esto es lo que el Papa Francisco ha calificado como un sistema social que mata.

Este sistema produce gentes a las que llanamente calificamos de VIPs. Pero ese acrónimo que creemos que significa very important person, puede significar también VIP virus de inmunodeficiencia política. Este virus infecta gravemente la libertad y la igualdad que son dos de las dimensiones más valiosas de nuestra condición humana.

Esa inmunodeficiencia política la estamos viendo a diario en México con intentos de aprovechar la crisis como autopromoción política o partidista. Por eso merecen reconocimiento quienes han dicho que no darán reproches porque no es el momento. Para otros sí que ha sido el momento y pretenden que el mero sí al estado de asialmiento social es ya una colaboración, aunque resulte poco noble.

Sin duda ha habido fallas en el gobierno para la gestión de esta crisis, pero también existe un insolidario sálvese quien pueda en muchas empresas e instituciones privadas. Es normal la queja por falta de medios para la atención de la salud; pero es lógica también esa carencia, porque es como quejarse de que falten puertas de salida cuando se quema un teatro.

Es comprensible que en una situación donde hay que armonizar cosas tan incompatibles como la necesidad de trabajar y la de quedarse en casa no valga para todos la misma sugerencia.

Decían los griegos que el mayor pecado del hombre y que los dioses nunca perdonan es la hybris -ésa orgullosa pretensión de omnipotencia-, que acompaña a diario a los malos políticos.

Dicho de otra manera: la dura crítica a la modernidad ha sido que luego de dejar el cielo para construir un cielo en la tierra, nos hemos quedado sin cielo y sin tierra. Pero a veces es bueno sentirnos vencidos para sabernos ontológicamente necesitados y remitidos unos a otros, todos a todos.

Queda ahora un futuro muy incierto que dependerá de si sabemos sacar lo mejor de nosotros. Así, esta dolorosa pandemia podría convertirse en una nueva oportunidad para una humanidad mejorada.

¿Aprovecharemos la oportunidad o la perderemos una vez más a causa de esta inmunodeficiencia política?

Esta humanidad mejor debería ponerse en marcha con dos pasos tan difíciles como decisivos: reconstruir bien la sociedad y a la vez, construir una nueva civilización solidaria. Nuestro mundo tal vez no tiene otra salida.

Así, el coronavirus vuelve a situarnos ante el clásico dilema bíblico tan repetido en el libro del antiguo testamento llamado Deuteronomio: Pongo ante ti la vida y la muerte. A ti te toca elegir.