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Cultura para inconformes
David Eduardo Rivera Salinas
Para después del coronavirus…

Una vez que esta tragedia haya quedado atrás, la pregunta obligada apunta a que si todo volverá a ser como antes. No lo sabemos con exactitud, pues cada una de las crisis de las últimas décadas ha alimentado la esperanza irracional de una toma de conciencia y de un regreso a la razón que no terminan por llegar.

En el imaginario social primero apareció el confinamiento y, luego la transformación de una dinámica social de la que, al fin todos habríamos podido ver sus limitaciones y peligros. Esta pandemia viral ha suscitado innumerables reflexiones críticas sobre lo que los griegos llamaban el hybris -ésa rara enfermedad de los que creen saberlo todo-. Lo cierto es que, incluso cuando el movimiento de las ideas toma la dirección correcta, nunca resulta suficiente pues siempre se necesita de la participación de los individuos.
La mayoría de nosotros no hemos conocido de manera directa ni la guerra, ni golpes militares, ni toques de queda. Sin embargo, desde finales de marzo, 126 millones de habitantes en nuestro país ya estaban en cuarentena, muchos de ellos en condiciones extremadamente difíciles.
Así que, pase lo que pase a partir de la próxima semana -pues termina la jornada nacional de sana distancia-, esta crisis del coronavirus se habrá constituido como la primera angustia global de nuestras vidas, y eso no se olvida. Toda nuestra socialización corre el riesgo de verse transformada por la digitalización acelerada de nuestras sociedades, corolario del quédate en casa y el distanciamiento social.
Resulta claro que la contingencia sanitaria ha vuelto aún más imperiosa la pregunta acerca de si se puede seguir viviendo sin Internet. Eso ya no es posible, pues en la actualidad, todo el mundo debe llevar consigo un documento de identidad, y no falta mucho para que un teléfono inteligente no sólo sea una herramienta útil, sino un requisito con fines de control.

Además, como las monedas y los billetes constituyen una fuente potencial de infección, las tarjetas de crédito -nuevos garantes de la salud pública- permitirán que cada compra sea identificada, registrada y archivada.
Todo indica que viviremos en una especie de capitalismo de vigilancia, donde la regresión histórica del derecho inalienable a no dejar huella del propio paso cuando no se ha transgredido ninguna ley se está instalando en nuestras mentes y nuestras vidas sin mostrar ninguna otra reacción social. Tomar un avión sin dar a conocer el estado civil, usar una cuenta bancaria en línea sin facilitar un número de teléfono celular y pasear por las calles sin ser grabado era prácticamente imposible ya antes del coronavirus. Es evidente que con la crisis sanitaria, se ha dibujado un nuevo límite.

Además, las transformaciones económicas que estamos presenciando también consolidan un universo en el que las libertades se restringen. En este sentido, esta pandemia podría constituir un ensayo general que anticipa la disolución de los últimos focos de resistencia al capitalismo digital y al advenimiento de una sociedad sin contacto.
A menos claro está, que los ciudadanos se decidan a alterar las cosas. El confinamiento es también un momento en el que cada uno de nosotros se toma un tiempo y reflexiona, con la intención de actuar ahora mismo, pues ya no se trata de cuestionar el modelo de desarrollo vigente en nuestro mundo. Sabemos cuál es la respuesta: hay que cambiarlo.