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Cultura para inconformes…
David Eduardo Rivera Salinas

La madrugada del pasado 8 de junio de este aún insólito 2020, murió el último de los grandes maestros de la Generación de la Ruptura: ése discurso artístico que marcó una distancia con las temáticas de la escuela mexicana de puntura y el muralismo de la primera mitad del siglo veinte. Manuel Felguérez había fallecido en su casa a la edad de 91 años. Sorprendidos, aturdidos, quizá incrédulos por momentos, los recuerdos de muchos momentos compartidos vienen a la mente.

Lo primero, sin duda es reconocer en Manuel Felguérez a una de las figuras más emblemáticas de su tiempo y a uno de los artistas más prolíficos del arte contemporáneo, y particularmente del arte abstracto en México. Orgullo de Valparaíso y emblema cultural de los zacatecanos; hombre querido y admirado; amigo y maestro de muchos otros artistas, pero sobre todo, un hombre afable, paciente y generoso en sus palabras.

El Maestro Manuel Felguérez es la prueba viviente que nos permite confrontar lo que en las últimas décadas ha sido evidente en el mundo del arte: el discurso sobre la imposibilidad de lo nuevo en el arte. Esta idea, que ha sido especialmente difundida e influyente, se ha caracterizado por un cierto sentimiento de felicidad, de excitación acerca de este supuesto fin de lo nuevo, y una cierta satisfacción interna que este discurso produce obviamente en el medio cultural contemporáneo.

La tristeza inicial por el fin de la historia desapareció, y ahora parecemos contentos por la pérdida de la historia, la idea de progreso y el futuro utópico, es decir, todas aquellas cosas que tradicionalmente están conectadas con el fenómeno de lo nuevo. Pero Manuel Felguérez nos enseñó que liberarse de la obligación de ser históricamente nuevo es una gran victoria de la vida frente a la idea de subyugar y determinar la realidad; por tanto, en su amplia obra es posible entender que el arte experimenta la liberación de lo nuevo, entendida como la liberación de la historia del arte, y tal vez de la historia como tal, como una única oportunidad para escapar del historicismo conservadurista del arte.

Para el Maestro Felguérez, escaparse de ello significó convertirse en algo popular, vivo y presente fuera del cerrado mundo del arte, fuera incluso de las paredes del museo. Por esta razón, él nos mostró que la ilusión causada por el fin de lo nuevo en el arte está unida a esta nueva promesa de incorporar el arte en la vida -más allá de la oposición entre lo antiguo y lo nuevo-. Porque Manuel Felguérez fue uno de esos pocos artistas que se supieron y se sintieron satisfechos por haberse liberado finalmente de la carga de la historia, de la necesidad de dar un paso más y de la obligación de obedecer las leyes y exigencias históricas de aquello que es históricamente nuevo.

En lugar de esto, Felguérez decidió comprometerse política y culturalmente con una realidad social; quiso reflexionar sobre su propia identidad cultural y expresar sus deseos, a través de su pintura y de su escultura, principalmente. Ante todo, intentó mostrarse realmente vivo y real -en oposición a las construcciones históricas abstractas y muertas representadas por el stablishment artístico y por el mercado del arte-; aunque paradójicamente, él le dio nombre a un extraordinario museo en Zacatecas, único en nuestro continente en cuanto a colecciones de arte abstracto.

El Maestro Felguérez, paradójicamente, al liberarse de la exigencia de la historia, la fortaleció y la compartió, lo que debe ser interpretado como una resurrección del arte verdadero y vivo, como un giro hacia la realidad verdadera, hacia la vida. Por eso, Manuel Felguérez no ha muerto, no puede morir sino a expensas de su olvido, y eso, simplemente no sucederá.

Manuel Felguérez se convirtió en una especie de Rey Midas del arte: todo lo que tocaba -creaba- se convertía en oro. En un oro simbólico que nos recuerda que un gran maestro no dicta cómo debe ser el arte, tan sólo sugiere cómo no debe ser, actuando como el demonio -al alma, pues- de Sócrates que le decía al oído lo que no debía hacer, pero nunca lo que tenía que hacer.

La obra, inmensa, de Manuel Felguérez nos da una definición muy clara de lo que para el arte significa ser y parecer real, vivo, presente: significa que no puede parecerse al arte ya conocido, ya dado. No, Manuel Felguérez no se parece a nada; es auténtico, único, irrepetible. Por eso no ha muerto, tan sólo se ha transformado él mismo en una de sus obras.