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Cultura para inconformes
David Eduardo Rivera Salinas
El futuro después del Covid
La pandemia del nuevo coronavirus sigue transformando el mundo; sus efectos son las imágenes y las palabras que lo cubren todo. Parece más sencillo imaginar el fin de la humanidad que el fin de la injusticia y las desigualdades. Películas, novelas, ensayos y textos periodísticos nos narran a diario las distopías que no habíamos podido pensar.
Sin embargo, la crisis obliga a pensar el presente y vuelve impensable el futuro. Su triunfo cultural consistiría en bloquear la imaginación de nuevos caminos, porque el futuro pareciera estar así atado a la catástrofe y a la imposibilidad, impulsado por un pensamiento que paraliza la acción y que coloca el destino en un lugar ajeno a la voluntad de las personas al dominar sus deseos y sus sueños.
El porvenir está en entredicho. Venimos de décadas de hegemonía global del liberalismo económico y de un discurso individualista y antipúblico, aunque hayan aparecido algunos neoliberalismos progresistas cuando se atrevieron a desarrollar acciones de reconocimiento cultural.
El artificio posmoderno de un mundo globalizado sin fronteras desveló su mentís y devino inverosímil hasta para sus propios seguidores. Se ha evidenciado el engaño de permitir la libre circulación del capital financiero mientras se daña la naturaleza y se levantan muros por doquier, pues la pandemia global ha despertado un creciente nacionalismo.
Lamentablemente, el mundo parece aún no estar listo para comprender la necesidad de una solidaridad global y la coordinación de esfuerzos entre las naciones, pues incluso en las regiones más integradas del planeta, cada país ha adoptado su propia política sanitaria y económica. Ante fronteras que se cierran y muestras aisladas e insuficientes de apoyo entre naciones, no puede haber optimismo ni tampoco establecerse un pronóstico certero.
La pandemia del coronavirus ha abierto así una disputa de interpretaciones y ha modificado las circunstancias políticas y culturales.
Pensar el futuro y comprender el presente en su complejidad, son tareas necesarias para transformar las injusticias y las desigualdades, y para construir democracias vibrantes. Otro futuro es posible y se debe trabajar por un mundo donde quepan muchos otros mundos.
Construir nuevos espacios de pensamiento, plural y diverso, además de nuevos medios de comunicación alternativa que se propongan reflexionar y discutir nuestro futuro, a partir de que aquello que es nuestro no puede ser decidido por otro, y eso incluye al futuro.
Por lo tanto, el futuro es un desafío cultural y político de toda la sociedad pero también del Estado. Las utopías son necesarias para ampliar los límites de la imaginación social. Es impostergable producir anhelos nacionales en plural, múltiples y compatibles, donde todos tengan derecho a desplegar a plenitud sus propias visiones del porvenir.
Trabajar con las palabras y el diálogo como medios de construcción colectiva resulta impostergable, como lo es también aspirar a generar espacios palpitantes con una ciudadanía que alimente la discusión heterogénea y el pensamiento crítico. La palabra como lugar de encuentro en la diversidad, porque el futuro no es aquello que va a suceder, sino el proyecto de construcción de nuevas realidades.
El futuro es un derecho, pero como todos, debe conquistarse y construirse desde el presente.