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Cultura para inconformes…

David Eduardo Rivera Salinas

¿Se vale mentir?

La política es un lugar privilegiado para la mentira.
Jacques Derrida

El saber más práctico
consiste en disimular.
Baltasar Gracián
Es bien sabido que mentir representa uno de los rostros más característicos de la existencia humana. Mentir en la vida privada provoca un daño tal vez definitivo en las personas, sobre todo en aquellas que nos aman o que amamos, porque causa infelicidad, angustia, desconfianza y finalmente, desamor. Pero mentir en la vida pública, tiene implicaciones diversas, unas de dimensiones verdaderamente catastróficas por sus consecuencias en una sociedad determinada, otras sin duda matizadas por las prácticas de las viejas tradiciones en las artes de gobernar, hoy nuevamente tan de moda. En ambos casos, mentir finalmente traiciona la confianza y la promesa que toda palabra significa para el otro, para los otros, con efectos socialmente destructivos porque rompe los lazos de mutua confianza, constitutivos de cualquier relación.

¿Se vale mentir? Si uno se detiene un poco a reflexionar sobre esta pregunta, seguramente llegaría a la misma respuesta: mentir está mal. Sin embargo, muchos piensan -en la práctica cotidiana de su profesión o en la esfera de su vida privada- que mentir tal vez no debería ser necesario, pero lo es; y aunque prefieran ser honestos, la verdad para ellos es que no pueden serlo todo el tiempo. Mentir es ocultar deliberadamente algo, sea una falsedad genuina o una verdad a medias; también fingir o simular configuran una mentira, es decir, se puede mentir si decir palabra alguna.

A lo largo de la historia del pensamiento se ha intentado clasificar diversos tipos de mentiras y se ha llegado a afirmar que no todas las mentiras tienen el mismo peso; incluso, mentir está expresamente prohibido en varias religiones.

Ya sea desde la religión o la filosofía, desde Platón y Aristóteles hasta San Agustín, Maquiavelo y Kant, existen diversas visiones y tratados sobre la mentira, algunos considerándola como viable en determinadas ocasiones, y otros viéndola siempre en todo momento, en toda ocasión. Como sea, en sus implicaciones actuales, toda mentira, aún expresada por un solo individuo, posee también una dimensión pública y colectiva, que hoy mismo se ve ampliada al afirmarse en medios de comunicación y en las redes sociales, aunque por lo general en relación con el poder en sus diversas formas. Y aunque mentir tiene lugar en un espacio histórico y social determinado, en el fondo se trata sin duda, de una manera de evadir la realidad, una realidad que alguien no quiere que otros la conozcan o que lo hagan a medias, una realidad que conviene a pocos o que se cree que se expresa incluso por bien de muchos.

En su dimensión pública, aunque se trata de un antiguo arte de mentir, lamentablemente conserva hoy día sin duda mucha de su pertinencia; su evidente actualidad permite suponer que existe una gran variedad de usos políticos de la mentira. La mentira política logró hacer su propia revolución, dejó atrás su fase de oralidad y se mecanizó al pasar por la prensa escrita alcanzando así una gran sistematización y una mayor difusión e inaugurando una nueva era tecnológica.

Sin embargo, después de un conflictivo siglo veinte, donde alcanza de lleno la era de la producción y del consumo de masas, la mentira tiene hoy una forma electrónica, instantánea, global; es producto ya de una organización racional y de una rigurosa división del trabajo, donde la obsolescencia es una de las grandes virtudes; es decir, se pueden hoy producir mentiras a gran escala, inimaginables, bajo formas inéditas pero certeras pensadas para la brevedad, para el pragmatismo político. De ahí la gran importancia que representa no olvidar que se trata de tiempos dominados ya no por pequeñas cofradías de mentirosos sino por grandes gabinetes de la verdad dedicados a fabricar mentiras.

En definitiva, al ciudadano común le corresponde pensar no sólo en la presencia cotidiana de la mentira política en nuestra sociedad actual, sino también y fundamentalmente le corresponde actuar para definir las formas en que puede evidenciarla, enfrentarla y , porqué no, derrotarla.