Skip to main content

Cultura para inconformes

David Eduardo Rivera Salinas

Lentamente…

Nuestra vida entera se ha convertido en un ejercicio de apresuramiento, nuestro objetivo es hacer el mayor nu´mero posible de cosas por hora. Somos personas obsesionadas por ahorrar hasta la u´ltima parti´cula de tiempo, un minuto aqui´, unos pocos segundos alla´, y todas los demás que nos rodean, los compañeros, los amigos, la familia, esta´n atrapados en el mismo vo´rtice.
En 1982, Larry Dossey, me´dico estadounidense, acun~o´ el te´rmino enfermedad del tiempo para denominar la creencia obsesiva de que el tiempo se aleja, no lo hay en suficiente cantidad, y debes pedalear cada vez ma´s ra´pido para mantenerte a su ritmo. Hoy, quizá todo el mundo sufre la enfermedad del tiempo y todos pertenecemos al mismo culto a la velocidad.
Pero si nos detenemos por un momento, tal vez ahora ha llegado el momento de poner en tela de juicio nuestra obsesio´n por hacerlo todo ma´s ra´pido. Correr no es siempre la mejor manera de actuar. A medida que nos apresuramos por la vida, cargando con ma´s cosas hora tras hora, nos estiramos tanto que casi llegamos al punto de ruptura.
El problema consiste en que nuestro amor a la velocidad, nuestra obsesio´n por hacer ma´s y ma´s en cada vez menos tiempo, ha llegado demasiado lejos y se ha convertido en una adiccio´n, una especie de idolatri´a. Aun cuando la velocidad empieza a perjudicarnos, insistimos en la accio´n ma´s ra´pida. No obstante, ciertas cosas no pueden o no deberi´an acelerarse, requieren tiempo, necesitan hacerse lentamente. Nuestra impaciencia hace que incluso el ocio sea ma´s peligroso. Cuando nos apresuramos, rozamos la superficie y no logramos establecer verdadero contacto con el mundo o las dema´s personas.
Como escribio´ Milan Kundera en su novela corta La lentitud: “Cuando las cosas suceden con tal rapidez, nadie puede estar seguro de nada, de nada en absoluto, ni siquiera de si´ mismo.” Todas las cosas que nos unen y hacen que la vida merezca la pena de ser vivida -la familia, el amor, la amistad- prosperan o florecen en lo u´nico de lo que siempre andamos cortos: el tiempo.
Si seguimos asi´, el culto a la velocidad so´lo puede empeorar. Cuando todo el mundo se decide por la rapidez, la ventaja de ir ra´pido desaparece y nos fuerza a ir ma´s ra´pido todavi´a. Mucho ya ha sido destruido. Hemos olvidado la espera de las cosas y la manera de gozar del momento cuando llegan. En vez de pensar profundamente o dejar que una idea madure a fuego lento en el fondo de nuestra mente, ahora gravitamos de manera instintiva hacia el sonido ma´s cercano. Todo aquello, objeto inanimado o ser viviente, que se interpone en nuestro camino, que nos impide hacer exactamente lo que queremos hacer cuando lo queremos, se convierte en nuestro enemigo.
Afortunadamente, mientras el resto del mundo sigue rugiendo, una amplia y creciente minori´a esta´ inclina´ndose por no vivir con el motor acelerado al ma´ximo. En cada actividad humana imaginable, desde el sexo, el trabajo y el ejercicio hasta la alimentacio´n, la medicina y la educación, esos inconformes hacen lo impensable: crear espacio para la lentitud. Así, la desaceleracio´n surte efecto, y pese a las murmuraciones de los promotores de la celeridad, resulta que hacer las cosas ma´s despacio suele significar hacerlas mejor, tanto la salud, el trabajo, los negocios, la vida familiar, el ejercicio fi´sico, la cocina y hasta el sexo; todo mejora cuando se prescinde del apresuramiento.
Quizá ahora es el momento de redefinir las palabras ra´pida y lentamente, pues hacen algo ma´s que describir una proporcio´n de cambio, en realidad representan formas de ser o visiones de vida. Ra´pido equivale a atareado, controlador, agresivo, apresurado, anali´tico, estresado, superficial, impaciente y activo; lento es lo contrario: sereno, cuidadoso, receptivo, silencioso, intuitivo, pausado, paciente y reflexivo. La lentitud es necesaria para establecer relaciones verdaderas y significativas con las personas, la cultura, el trabajo, la alimentacio´n, en una palabra, con todo. La paradoja es que la lentitud no siempre significa ser lento; a menudo realizar una tarea con lentitud produce unos resultados ma´s ra´pidos. Tambie´n es posible hacer las cosas con rapidez al tiempo que se mantiene un marco mental lento.
Esta especie de filosofi´a de la lentitud podri´a resumirse en una sola palabra: equilibrium: actuar con rapidez cuando tiene sentido hacerlo y ser lento cuando la lentitud es lo ma´s conveniente. Tratar de vivir en lo que los mu´sicos llaman el tempo giusto, el tiempo apropiado, la velocidad apropiada. Porqué no dedicar un esfuerzo a encontrar una manera de vivir mejor, de conseguir un equilibrio entre la rapidez y la lentitud; quizá ésa sea la respuesta.