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Cultura para inconformes

David Eduardo Rivera Salinas

El tiempo y sus miedos.
Tempus fugit, memento mori, carpe diem…

Los seres humanos sabemos que el tiempo escapa a nuestro control y domina todo lo que sucede y aprendemos a vivir con esta realidad desde niños. Sin embargo, hay personas a las que este natural movimiento del reloj les produce una sensación de angustia inmensa que les impide vivir con serenidad. Tener miedo al paso del tiempo no es sólo una cuestión de edad, por mucho que pueda parecer lo contrario. Hay momentos en nuestra vida que están determinados por un momento T de Tiempo con mayúscula, ya que marca un antes y después. Es el día en el que hacemos balance de lo conseguido hasta ese instante y decidimos que es la hora de tomar una nueva dirección. Darse cuenta del tiempo que pasa se convierte así en el detonante para comenzar un cambio, como sucede generalmente al inicio de cada año.

Afirma Sergio Fanjul, periodista español que escribe para el diario El País, que a lo largo de la historia, en diferentes culturas, el tiempo se ha concebido de maneras diferentes. Una es el tiempo cíclico típico del pensamiento oriental: el tiempo es una rueda que gira, el universo vuelve a empezar, Brahma crea, Shiva destruye, y comienza de nuevo, como en el eterno retorno de Nietzsche. La concepción del tiempo lineal, que empieza en la Creación y acaba en el Juicio Final, es propia de Occidente, y así la recogió, secularizada, la modernidad ilustrada: el tiempo camina hacia adelante, en un proceso de perfeccionamiento de la civilización; es lo que llamamos progreso. En las utopías de izquierda se recoge la idea de que vamos progresando, a veces mediante revoluciones, hacía la utopía final de la sociedad sin clases.

En la práctica, en este día a día de traslados al trabajo o a la escuela, de vueltas al super y fines de semana en el parque, el tiempo se ve bastante cíclico: uno se levanta y empieza la rutina, primero los niños a la escuela y luego lo que viene para cada quien. Las semanas suelen resultar repetitivas, lo más llamativo es que, a partir de cierta edad, el tiempo subjetivo (porque esa es otra distinción, entre el tiempo que percibimos psicológicamente y el supuesto tiempo objetivo) pasa a toda velocidad, y pasan rápido los días y las semanas, e incluso pasan rápido hasta los años, supongo que por la costumbre de haber visto ya todo varias veces.
Pensemos en el tiempo de la infancia, jugando a la pelota en las calles o la bicicleta con los amigos en la alameda, esos días azules, ese sol de la infancia que decía Machado en sus poemas. Recordemos ese tiempo cuando éramos niños y que decíamos una hora para referirnos a un espacio muy largo de tiempo. Los años pasaban lentos, y las diferencias entre chicos y grandes eran abismales; era como si los niños siempre fueran a ser niños y los viejos siempre fueran a ser viejos, y esa inocencia respecto al tiempo fuera lo mejor de la infancia.

Ahora todo pasa a toda velocidad, las horas, los días y también los años, en los que se repiten siempre las mismas fechas: el Año Nuevo, el día de Reyes, el día de la Candelaria, la Semana Santa, el Festival cultural, la llegada de la primavera, la declaración al SAT, los festejos de mayo, las vacaciones de verano, la llegada del otoño, la feria, el festival de teatro de calle, y de nuevo la Navidad, otra vez, que ahora es cada vez más larga, no sé porqué, quizá por el excesivo consumismo que conlleva, o por la nostalgia o lo que sea.

A este miedo se le ha dado por llamar cronofobia, esa continua inquietud por el constante movimiento del reloj: es la única fobia de cuyo objeto, el tiempo, no se puede huir; las personas que sufren de esta inquietud son difíciles de entender porque cumplir años para ellos supone enfrentarse a la angustia que provoca el motivo de su temor, el tiempo mismo, el cual no puede ser suprimido, como afirmaba Kant.
Pero el tiempo pasa y no se detiene y nos vamos haciendo mayores y percibiendo, a pesar de lo cíclico y repetitivo, la linealidad del tiempo en ese envejecimiento que, sí, parece increíble, nos lleva inevitablemente hacia un único destino, por fortuna, si no, todo sería una locura. Al final de cuentas, quizá el tiempo parece más la unión de un círculo y una recta, como una extraña espiral, pero con un final, impredecible sí, pero seguro.