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Cultura para inconformes
David Eduardo Rivera Salinas

Hablar, conversar…

Nos pasamos todo el tiempo hablando, de diferentes maneras, pero hablando: nos enviamos constantemente mensajes de texto, escribimos publicaciones y chateamos. Lamentablemente, cuando estamos con nuestra familia o con nuestros amigos y colegas, recurrimos a nuestros teléfonos celulares en vez de hacerlo personalmente, viéndonos a los ojos los unos a los otros. Más aún, admitimos libremente y sin rubor, que nos gusta más enviar un mensaje de WhatsApp o un correo electrónico que embarcarnos en una conversación cara a cara o incluso hacer una simple llamada telefónica, de hecho, en cierto sentido, hemos dejado de hablar por teléfono.

Resulta que estamos viviendo una nueva vida indirecta que nos está provocado problemas, pues hemos olvidado que la conversación frente a frente es uno de los actos más humanos y humanizadores que podamos realizar. Cuando estamos plenamente presentes frente a otros, aprendemos a escuchar y desarrollamos la capacidad de sentir empatía, que no es otra cosa que el gozo de ser escuchados, de ser comprendidos. Además, la conversación impulsa esa necesaria conversación con nosotros mismos y que constituye la base fundamental de nuestro desarrollo personal temprano para continuar durante toda nuestra vida. Pero resulta que hoy en día buscamos a toda costa evitar la conversación, escondiéndonos los unos de los otros a pesar de estar constantemente conectados los unos con los otros. Peor aún, ahora cedemos ante la tentación de presentarnos en nuestras pantallas como nos gustaría ser, no necesariamente como en realidad somos; por supuesto que existe un cierto grado de actuación en todo encuentro con los otros, en cualquier lugar, pero en internet y con todo el tiempo del mundo, resulta muy fácil componer, editar y mejorar lo que compartimos a medida que lo revisamos.

Recurrimos constantemente a nuestros teléfonos móviles porque creemos estar aburridos; pero luego volvemos a aburrirnos rápidamente porque nos hemos acostumbrado a un flujo constante y acelerado de comunicación, de información y de entretenimiento, lo que sin duda provoca que estemos permanentemente en otra parte, no donde realmente estamos.
Incluso, cuando comemos en casa, cuando estamos en clase o en una reunión de trabajo, estamos atentos a lo que nos interesa, pero cuando deja de interesarnos, entonces nuevamente recurrimos a nuestros teléfonos en busca de algo que sí lo haga. Todas estas acciones nos demuestran que huimos de las conversaciones, al menos de las buenas conversaciones, las que son espontáneas y no tienen un objetivo definido, aquellas en las que jugamos con las ideas, en las que nos permitimos estar plenamente presentes y ser vulnerables.

Por eso necesitamos recuperar las conversaciones en las que florece la empatía y la intimidad, y que son precisamente las que impulsan la creatividad y el buen humor, imprescindibles tanto en la escuela, en el trabajo como en la vida familiar. Estas conversaciones requieren tiempo y espacio; son fundamentales para humanizarnos. Sin ellas, dejamos de ser personas para convertirnos en alguien más, quizá menos humano y más solitario, pensando sólo en nosotros mismos y no en los demás, en los otros, por los que realmente existimos. Finalmente, a pesar de la gravedad de esta situación, debemos ser optimistas y darnos cuenta de que la solución a las engañosas conexiones en nuestro mundo digital es,