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Día del Trabajo.

Por: Jenny González Arenas

El día primero de mayo ha adquirido una dualidad extraña con el paso de los años, en un primer momento, la esencia de la conmemoración era llamar a la reflexión sobre las luchas laborales conquistadas y los puntos pendientes que los patrones no querían asumir de forma responsable con los trabajadores.
A esa demanda, se contrapone la marcha oficial, la de los sindicatos blancos que no exigen, que no reclaman pero que reconocen y, en algunos casos, hasta agradecen al patrón por darles la oportunidad de trabajar.
Suena profundamente contradictorio. Las luchas laborales surgen de una contradicción natural y estructural entre patrón y obrero, entre dueño de los medios de producción y dueño de su fuerza de trabajo, entre quien administra y quien desempeña labores subordinadas.
El rol que desempeñamos cada uno en la sociedad no está predeterminado, sino que es producto del modelo económico que agudiza las contradicciones económicas, de tal forma que el rico será cada vez más rico y el pobre cada vez más pobre; pensar que es obligación de los trabajadores reconocer y agradecer al patrón la oportunidad de darnos un empleo suena ilógico.
El trabajo, tanto manual como intelectual, se está precarizando cada día más. condiciones de trabajo de sobre explotación, menos prestaciones, menos salarios, menos descanso. Hay una falta de consciencia sobre lo que significa el trabajo para una sociedad como la nuestra en un país como el nuestro.
El trabajo es la base de la sociedad. Todas las personas aportan a la construcción social, desde el ámbito de sus competencias y funciones. Este no es un tema de quién tiene mayor capacidad económica ese es el más importante, sino de quién realiza funciones que son útiles para la sociedad.
Un obrero, que día a día produce aquellos bienes que son necesarios para la satisfacción de necesidades; el docente, desde los niveles básicos hasta educación superior, que día a día se esfuerza, no solo por generar conocimiento, sino por transmitirlo a las futuras generaciones, a quienes entregaremos la sociedad que hoy construimos.
Menospreciar, minimizar y hasta esconder el trabajo que hacen todas las personas en bien personal y social, es atentar contra la sociedad en su conjunto, explotar a un obrero o subcontratarlo es negar la necesidad que tiene el patrón de contar con la fuerza de trabajo de esa persona y es negarle posibilidades de crecimiento y desarrollo personal.
Precarizar a las y los docentes, contratándolos, incluso por honorarios, es negar la importancia del trabajo que realizan formando a la niñez y a la juventud que necesita ser formada para insertarse en un modelo económico cada vez más demandante.
Negarles seguridad social, la posibilidad de una pensión digna, de servicios de salud que les permitan garantizar, en el mínimo posible, condiciones de salud óptimas para sobrellevar la explotación en la que nos encontramos es negar la importancia del trabajo que realizan y atentar en contra de toda esa base trabajadora que el día de mañana llegarán a la vejez en condiciones precarias y con una salud gravemente deteriorada.
No es un tema político, ni de confrontación, es un tema de conciencia social, en el que las y los jóvenes asuman la lucha por los derechos laborales como una lucha necesaria y que se construyan como una colectividad, porque el Estado ha invertido mucho para atomizarnos, por eso es necesario asumirnos nuevamente como colectivo para retomar las demandas laborales.
Acaparar riqueza sin tener trabajadores bien remunerados para seguirla generando, no servirá de nada.
Precarizar la labor docente hace cada vez menos llamativo para la juventud dedicarse a esta profesión, condenándonos a que las y los docentes vayan siendo cada vez menos o menos comprometidos.
La mejora en las condiciones laborales de toda la base trabajadora traería consigo un beneficio social a corto, mediano y largo plazo. Eso es lo que tenemos que entender.