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Una explicación psicoanalítica sobre los recientes brotes de racismo en México

Sabino Luevano

Recientemente, en este mismo medio, publicamos un artículo, a propósito de la xenofobia, en donde propusimos ser cuidadosos con concepciones mistificantes de esa entidad decimonónica llamada “pueblo”, y manoseada por teóricos y políticos a su antojo. Aquel análisis se basaba, sobre todo, en teoría política clásica, en especial en Hobbes. Ahora quiero proponer un análisis diferente, basado en el psicoanálisis clásico.
Y bien, los brotes de racismo recientes también se pueden explicar en la relación siempre traumática entre México y Estados Unidos. El último episodio de esta larga relación de sadismo y masoquismo, se dio con aquellos famosos insultos raciales de trump a los inmigrantes mexicanos. Considero que sin estos insultos, los brotes de racismo actuales en México no hubiesen surgido, ya que no es la primera vez que contingentes multitudinarios de centroamericanos cruzan México para llegar al Norte, pero sí es la primera vez que surgen reacciones abiertamente xenofóbicas y racistas relativamente grandes.
¿Qué tiene que ver el insulto de trump con el insulto que algunos mexicanos ahora están dirigiendo a los inmigrantes centroamericanos? Para entender la conexión, hay que volver a los tres conceptos básicos de Freud sobre la personalidad: el yo, el ello y el super yo. El yo, lo que uno piensa que es, es constituido por la relación conflictiva con el ello y el super yo. El ello sería la caja negra de la conciencia; el inconsciente donde se reprimen todas pulsiones y los instintos prohibidos. El super yo sería la ley, representada por el padre y la sociedad: el deber ser constante que va formando lentamente al adulto mediante prohibiciones.
Según Freud, tanto la neurosis como la psicosis surgen a raíz de desajustes en la relación de estos tres entes psíquicos. La neurosis se originaría por la lucha del yo en su represión a intensas pulsiones del ello: el famoso deseo reprimido. En cambio, la psicosis surgiría cuando el ello avasalla al yo y cancela el vínculo con la realidad. Es ahí donde surge el delirio, como un parche o mecanismo de defensa ante el agandalle del ello.
Trump, y Estados Unidos en general, sobre todo esa parte de Estados Unidos que ha causado heridas profundas a México (el Estados Unidos racista, imperialista, xenófobo etc), sería el ello, debido a la fascinación, el miedo y el deseo que nos causa. Un ello que ha estado relativamente controlado por esa otra parte de Estados Unidos más abierta, tolerante y liberal. Pero cuando el ello surge en su brutalidad, ha avasallado a México y lo ha tomado con la guardia baja, dejando un trauma profundo. El insulto de Trump, más que una mera cantaleta política absolutamente adscrita al presente calculador electoral, funciona como disparador de viejos traumas; desde la guerra en el siglo XIX hasta el maltrato y la desposesión que sufrieron los mexicanos de los territorios del sur. Aunque mucha gente ignore los datos precisos de la relación pasada, el trauma es un evento colectivo: está ahí aunque no se nombre, en el inconsciente colectivo de los mexicanos. Y cuando el ello avasalla de esa manera, con esa descarga intensa de energía podrida, surge la necesidad de un mecanismo de defensa que transfiera esa energía a otro lugar. Lo que hemos visto con las descargas recientes de racismo mexicano, es precisamente el parche como mecanismo de defensa del yo avasallado por el ello. Es muy parecido a la formación de la psicopatía: si a mí me maltrata mi padre, yo voy a maltratar a animales o a personas más débiles, mecanismo de defensa que intenta suavizar el trauma y transferir el maltrato a otro lugar, como si en realidad yo no estuviera siendo maltratado, sino alguien más. Transferencia perversa y paradójica, ya que para escapar del trauma del padre, la víctima se transforma en el propio padre, como si ocupar la posición del maltratador fuera la única forma segura de resguardarse del maltrato y su trauma.
Esto es precisamente lo que vimos en los días recientes con las protestas en Tijuana. Una transferencia del maltrato hacia seres humanas todavía más vulnerables. Ciertas personas ocuparon la posición del maltratador como mecanismo de defensa ante el maltrato del Norte. Si el norte me maltrata porque soy Sur, yo también puedo ser Norte de otro Sur.

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