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Cuando las cosas andan mal.
Por: Juan Carlos Girón Enriquez.
Parece un mal generalizado que los gobiernos a escasos meses de haber tomado posesión estén cayendo de la gracia de sus electores, pasa a nivel municipal, estatal, federal, inclusive internacional, ni los organismos autónomos se salvan.
Días mas, días menos, para algunos al final de su administración, para otros apenas van empezando, pero en este momento a donde volteemos nos vamos a encontrar con un director, presidente o presidenta o gobernador que ha perdido la credibilidad, que la población ya no confía en el o ella, que ha perdido la popularidad o al menos la esperanza con la que llego a ocupar su espacio ya no es ni siquiera la mitad de lo que era.
Aunque los políticos en su círculo cercano estén rodeados de aduladores que les hacen creer que lo que están haciendo es lo correcto, basta con salir un poco de la burbuja y ver lo que en realidad opina la población sobre ellos.
Si bien es cierto la política no es un concurso de belleza, también es cierto que la aceptación popular de los líderes políticos es un elemento esencial de medición que permite evaluar si las acciones tomadas van en la dirección correcta.
Pero cuando la popularidad comienza a ser cuestionada, antes de pensar que son un conjunto de agentes que utilizan los medios para hacer contra, la clase política debería pensar que si están haciendo algo mal.
Mucho pueden alegar que las medidas pueden ser impopulares pero son las correctas o que no ocupan un espacio para ser populares, lo que si es cierto es que cuando el río suena es que agua lleva y si todas las voces sociales, la población, la academia, los expertos comienzan a opinar que las cosas andan mal, es porque verdaderamente las cosas andan mal.
Donald Trump acaba de cumplir un mes, por ejemplo, tiempo en el que su popularidad ha bajado considerablemente además de la gran cantidad de marchas y manifestaciones en contra que se han hecho sentir en las calles y en las altas cumbres del poder mundial. El ejercicio autoritario del poder, las malas decisiones que fragmentan a la población, las actitudes de supremacía y soberbia no han ayudado en nada a Trump, su ceguera que no le permite ver que su equipo no es sólido, los que no han aceptado el encargo o los que han tenido que renunciar o a los que les ha pedido que se retiren, todo eso denota la falta de criterios para conducir a uno de los países con mayor potencial económico a nivel mundial.
Pero esas actitudes no son exclusivas del vecino país del norte, ni es Trump el único que ostenta el poder como el gran monarca autoritario, eso le puede pasar a cualquier hombre o mujer que sin escuchar consejo de sus asesores o de la población en general, se monta en el puesto que le ha sido encomendado y toma decisiones autoritarias, en retroceso de las instituciones que pueden estar conduciendo en este momento.
Para ser un buen líder no se requiere ejercer el poder de manera autoritaria, absoluta y unilateral. Ser un buen gobernante, presidente, autoridad, necesita la madurez suficiente para poder reconocer lo que se esta haciendo mal y la valentía para poder cambiarlo, se requiere oídos los suficientemente abiertos para escuchar consejo y la actitud para aceptar esos consejos y voluntad para tomar en cuenta aquellos que son útiles para el puesto que ocupan.
No se trata de imponer, se trata de dirigir; no se trata de mandar, se trata de poner orden; de conducir los destinos de la institución o el nivel de gobierno en beneficio de la población, no en su perjuicio.

Docente Investigador de la Unidad Académica de Derecho de la Universidad Autónoma de Zacatecas.
e-mail: giron705@hotmail.com

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