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Errores.
Por: Juan Carlos Girón Enriquez

A 18 días de haber tomado posesión el nuevo gobierno federal muchos ya comienzan a extrañar a Peña Nieto, no solo los que no votaron por Andrés Manuel, sino también aquellos que habiendo votado por AMLO ahora se arrepienten de haberlo hecho.
Es muy cierto que los problemas del país no se pueden resolver de la noche a la mañana y que mucho abona a la situación actual del país que el gobierno saliente haya generado las condiciones para dejar convulsionado al país en diversos rubros, pero también es cierto que este gobierno entrante mucho ha contribuido para incrementar esa convulsión.
Primero, la gasolina no ha bajado de precio; segundo, se comete un “error” en el párrafo de la autonomía universitaria; tercero, se comete otro “error” con el presupuesto de las universidades; otro, el no sacar al ejercito de las calles; uno mas, el recortar el presupuesto en cultura; la cuenta sigue, con la creación de los súper delegados; y así sucesivamente, podemos seguir contando una serie de errores en los que no podemos dejar de contar el aeropuerto o la ley de remuneraciones, que si bien son anteriores a que asumiera el cargo, fueron su idea, su propuesta y orquestadas por sus legisladores seguidores.
La pregunta es ¿a nivel presidencial se pueden cometer este tipo de errores? Porque si es así, o el presidente no tiene asesores capaces o no son tan “errores”. No es simplemente corregir, que es digno reconocer errores y corregirlos, pero si la intención era que nadie se diera cuenta, resulta mas peligroso aún que las reformas de Peña.
El sexenio anterior era reforma tras reforma que sabíamos que no serían las mejores modificaciones y que ponían en riesgo la estabilidad del país. Pero ahora, con AMLO, son errores que de no detectarse a tiempo, podrían tener peores consecuencias que todas las reformas de Peña.
¿Qué será más peligroso? Un presidente descarado que navega con bandera de tonto y hacía reformas que mas de avanzar generaban retrocesos o un presidente doble cara que por un lado manda una iniciativa que parece buena y que cuando se revisa a fondo tiene “errores” que atentan contra valores y principios fundamentales de nuestro país, como la autonomía universitaria o el presupuesto para ciertos rubros estratégicos.
No se trata de ser pesimistas, y de desacreditar un sexenio en su recta inicial, lo ideal sería concederle el privilegio de la duda y tener la esperanza de que efectivamente las cosas cambien para mejorar, sin embargo, no se trata solamente de dudar, sino de preguntarnos porque los errores se han cometido precisamente en esos rubros con tanto impacto en la cultura y en la formación.
Si analizamos, pensando mal, el porque reducir el salario del personal de intendencia de los trabajadores del Congreso de la Unión o el porque reducir el salario en la iniciativa privada y atacar el presupuesto de las Universidades Públicas cuando al mismo tiempo se le apuesta a la creación de 100 nuevas universidades bajo el modelo de la Universidad de la Ciudad de México, la única razón lógica que encontramos es que se quiere adoctrinar a la sociedad, reproducir la pobreza y con ello, por que no pensarlo, perpetuarse en el poder.
No es ser mal pensados, simplemente es que atentar contra la universidad pública no es un error, sino golpear las aspiraciones de desarrollo, cultura, deporte, investigación e innovación de un país entero, de generaciones completas, de una nación con esperanza de cambio, pero no en reversa como el que se plantea.

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