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Elecciones en el PRI.
Por: Juan Carlos Girón Enriquez.
No se trata de llevar la contra, solo porque si; de lo que en realidad se trata es de buscar el mecanismo adecuado que permita a los mexicanos recuperar la confianza en los procesos democráticos. Si al interior de los partidos no somos capaces de confiar en nuestros propios procesos, ¿Cómo pretendemos que la ciudadanía confíe en los miembros de los partidos políticos cuando se presentan a pedir el voto?
No tiene nada de malo que un candidato gane con el 80 % de la votación, lo cuestionable es que del universo de posibles votantes, solo acudiera a votar el 30 % del padrón, lo que significa que quien se proclama ganador solo obtuvo el 24 % de los votos a su favor del 100 % de votantes empadronados.
Esos números no solo deslegitiman la llegada de un candidato, sino que ponen en evidencia el hartazgo de la población, inclusive de aquella que se encuentra afiliada a un partido político.
Muchos podrán afirmar que se debe a que el PRI ya no es el partido en el poder y por eso los militantes ya no acuden a votar, porque están repensando su militancia, que no es una idea tan descabellada, sin embargo, los partidos políticos en general, no solo el PRI, deben analizar profundamente y hacerse responsables del desgaste de los procesos democráticos en nuestro país.
La democracia esta en juego, no solo por la falta de participación de la ciudadanía, sino por la pérdida de credibilidad de la clase política así como la incapacidad de los actores políticos de adaptarse a las nuevas demandas democráticas de la sociedad.
El proceso de renovación de la dirigencia priista inicia con altibajos, mas bajos que altos, entre la renuncia de José Narro a contender por la dirigencia, así como sus declaraciones sobre la existencia de un candidato oficial que empaña no solo la legalidad, sino también la legitimidad del proceso, así como la subsecuente oleada de información desacreditando todas y cada una de las etapas, son síntomas del desgaste, no solo del partido que por mucho tiempo fue hegemónico, sino que también se verá reproducido en otros partidos y en otros procesos electorales, tanto internos, como locales, federales, etc.
No podemos negar que José Narro cuenta con una trayectoria sólida, cuenta con el apoyo de un bloque social de impacto, no solo académico, también político, y tuvo el valor civil de declarar pública y abiertamente sus razones para no participar en el proceso interno del PRI, muchos lo tomaron como traición, pero creo que ser institucional no significa aceptar a rajatabla las decisiones cupulares, aunque no sean las adecuadas, ser institucional significa trabajar hombro con hombro para construir y/o fortalecer las instituciones y pronunciarse cuando se hacen cosas que pueden deteriorar o debilitar el trabajo de los demás. José Narro fue institucional y su renuncia fue una llamada de atención para que aquellos que estaban actuando en contra de los intereses del partido, reflexionaran y corrigieran su camino para no debilitarlo, sin embargo, quienes toman las decisiones, se cegaron en su ambición y en lugar de abrir los ojos, prefirieron seguir en su error aunque ello implicara debilitar al instituto político.
Ahí están las consecuencias, una elección interna con un amplio índice de abstencionismo, un triunfador que no logrará conciliar y reconstruir al partido, porque se erige triunfador bajo la sombra del hartazgo y el descontento, carece no solo de legitimidad, sino de apoyo de las bases del partido. Un mal augurio.
El PRI tenía en sus manos la posibilidad de reorientar el rumbo del partido y esa oportunidad fue secuestrada por intereses particulares. Solo espero que no pague el precio en la próxima elección intermedia.