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“Aquella señora”
primera parte

Por LA MADA (Magdalena Edith Carrillo Mendívil)
www.lamaddalenaedi.blogspot.com

Las vacaciones comenzaron, como cada año, a mediados del mes de julio, habiendo terminado la academia el descanso tan deseado había llegado, Julia empacó su velís, ese del forro de florecitas color durazno y esperó a que su padre la acompañara a comprar el boleto del tren para el día siguiente, eran épocas de mucho pasaje dadas las vacaciones de verano, sus primos la esperarían en la estación del tren y comenzarían por tres semanas unos de los mejores días del año. Eran esos tiempos donde ni la figura ni la belleza influían tanto en la felicidad de las personas, la vida fluía naturalmente, todo era sencillo y las malas experiencias no se quedaban incrustadas en el alma por tanto tiempo.
Al llegar a la vieja estación se quedó un rato viendo la hermosa arquitectura porfirista, era realmente bella, aunque la falta de mantenimiento provocaba una ligera incomodidad en sus emociones, le hubiese gustado verla en sus mejores días, pero de momento eso era lo que tenía y a fin de cuentas lo disfrutaba. Se recargó en un muro que estaba bañado por la luz de una farola, empezaba a atardecer, sus primos no tardarían en llegar, ella se dedicó a mirar a su alrededor, como era su costumbre, tratando de encontrar a alguien entre las personas que pasaban caminando sin voltear a verla, no sabía a quién buscaba, pero su mirada siempre escudriñaba. Sus ojos se toparon con una señora, una anciana, sentada en una banca de hierro forjado, le llamó la atención sobre todo porque a la banca, que era original, le faltaban piezas en el asiento y eso hacía que fuese incómodo sentarse en ella, sin embargo, la anciana parecía estar cómoda, su cabello cano le llegaba a los hombros y estaba alborotado, tan alborotado que algunas de sus ondas le cubrían parte de su cara, sin embargo sus profundos ojos negros se clavaron en ella, a Julia la recorrió un recorrió un aire helado de punta a punta del cuerpo, no tuvo tiempo de pensar mucho en ello porque justo en ese momento llegaron sus primos y la alegría que sentía al verlos la embriagó. Buscó un teléfono público y sacó algunas monedas para llamarle a sus padres y avisarles que ya estaba con sus primos. No pudo evitar voltear su mirada hacia vieja banca donde estaba sentada la anciana, vio la banca, pero estaba vacía.
Sus días transcurrían tranquilos y felices, aquella ciudad colonial le volvía el alma al cuerpo, por alguna razón se sentía en casa aun y cuando nunca había vivido en ese lugar, el aroma del adoquín mojado, la tonalidad de la luz, la suave neblina de la mañana, el aire fresco de la tarde, los amaneceres amarillo paja y los atardeceres color arcoíris le provocaban que sintiera que pertenecía a su cuerpo.
Una tarde fueron a tomar chocolate con churros a un costado de la hermosa y señorial casona de sus tíos, el lugar era nuevo y se presumía que hacían el mejor chocolate de la ciudad. Llegaron al lugar, pero estaba lleno, esperaron afuera, pero comenzó a chispear, sus primos corrieron a guarecerse bajo los portales, Julia se quedó atrás, algo le paralizó y no podía moverse, ni siquiera la suave lluvia la despabiló de su encantamiento, a un lado de los portales sentada sobre el murete de una jardinera estaba la misma señora, la misma anciana que días atrás había visto en la estación del tren, el cabello cano lo traía exactamente igual y usaba el mismo sweater beige de puntada abierta, la misma falda a cuadros, las mismas calcetas color vino y los mismos zapatos pardos. Cuando reaccionó quiso correr y ayudarla a protegerse de la lluvia, entre más se acercaba a ella las siluetas de los transeúntes se desvanecían y la de la anciana se iba haciendo cada vez más nítida, Julia se paró justo a su lado y antes de que pudiese pronunciar una palabra. la mujer señaló, con su temblorosa y huesuda mano, la hermosa casona de sus tíos, justo la ventana de la habitación del segundo nivel donde ella dormía y le susurro acercándose mucho a ella con una voz apenas perceptible: “busca, busca, no olvides buscar”, su boca esbozó una ligera sonrisa adornada con escasos dientes.
Sintió la sacudida de sus primos preocupados al verla paralizada, casi casi sin parpadear… helada, pero no únicamente por la lluvia. La llevaron a la casa ardiendo en fiebre, cayó en cama y se sumió en un profundo sueño, un sueño de esos que se forman con realidades, de esos que se tejen con recuerdos, de esos que se bordan con suspiros dorados por la nostalgia.
Fin de la primera parte buscando… porque el que busca, encuentra.