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“Aquella señora” segunda parte

Por LA MADA (Magdalena Edith Carrillo Mendívil)
www.lamaddalenaedi.blogspot.com

Julia se despertó, se despertó más temprano que de costumbre, aún no entraba la luz del Sol, dudó, debe ser porque los postigos están cerrados como siempre… volteó a la ventana y estaban abiertos de par en par, que raro, pensó, ella siempre los cerraba, la luz del alumbrado público le molestaba y no podía dormir. Se sentía intranquila y desconfiada, algo no está bien, sentía que no pertenecía a su cuerpo, como si ese cuerpo no fuese de ella. Se asomó a la calle y pudo comprobar que el Sol apenas empezaba a salir, la calle estaba completamente a oscuras, le llamó la atención, ya que el alumbrado público se quedaba prendido hasta casi el amanecer… caminó buscando el interruptor de la luz pero toqueteó la pared y no lo sintió. Se sentía muy adormilada y pensó que lo mejor era volver a la cama. Dormitó pero no profundamente, algo no estaba en su lugar, empezando por ella.
Cuando el Sol llenaba la habitación, le fue imposible levantarse, se talló los ojos hasta que las lágrimas rodaron por sus mejillas, realmente estaba llorando, esa habitación no era la misma donde ella solía dormir en la hermosa casa de sus tíos. Se asustó al pensar que tal vez alguien la había raptado, después casi esbozó una sonrisa al pensar en lo absurdo de su pensamiento. Se levantó sintiéndose más ligera, caminó hacia al balcón, lo abrió de par en par como lo hacía cada día de sus vacaciones, se asomó. Estaban los mismos edificios pero lucían algo extraños, nuevos, originales, fue bajando la vista y justo al lado de los portales se topó con la mirada de la anciana, la misma anciana cuya mirada la había seguido en la estación del tren, la misma que había visto bajo la lluvia, la misma última visión de sus horas consciente en otro tiempo, la misma de antes estaba en este ahora de tiempos pasados. El ruido de un carruaje sobre el piso empedrado de la calle, el chasquido de sus ruedas sobre un charco de agua, el golpe de aire fresco sobre su cara le hizo darse cuenta que no soñaba, bajó la mirada y la mujer la seguía mirando fijamente con sus pequeños y mezquinos ojos negros hasta que el aire le movió su desordenada cabellera al tiempo que le borraba el rostro, el mismo viento le movió la falda y terminó por borrarla completamente. Se desmayó justo en el momento que se abría la puerta de la habitación.
¿Qué sucede Alejandra? Le preguntó una mujer cuyo rostro le parecía familiar, al escucharla gritar todos los habitantes de la casa corrieron a ver qué le sucedía a Alejandra, a la consentida Alejandra, a la difícil Alejandra… a la insoportable Alejandra. Al despertar reconoció a la mujer del rostro familiar, había visto un daguerrotipo con la imagen de ella en alguna parte de la casa de su abuela materna quien era una buena y cálida mujer, pero cada vez que preguntaba quién era aquella enigmática mujer, a su abuela se le llenaban los ojos de lágrimas y callaba.
Julia fue conociendo poco a poco los detalles de aquella familia, era una familia bien, con principios, educación y una reputación intachable. Una familia con tantos hijos como Dios lo permitiera, afortunada familia con buena posición social. Se rumoraba que están emparentados de alguna forma con el marqués de Aguayo de quien recibieron un lote de monedas de una manera tan secreta y misteriosa que se dice que fueron con el párroco de la familia a que limpiara el dinero y le sacara el demonio que se había fundido dentro de ellas en la fundición de la Hacienda de Bonanza, nadie que se considerara buen cristiano deseaba ser relacionado con tan maligno personaje. Nadie, sin embargo cuando Julia vio su imagen reflejada en el espejo, vio unos ojos pequeños hundidos en una cara larga con una nariz aguileña y una tez trigueña que le hicieron temblar. En el sótano de la casa habitaba una pintura del marqués, arrumbada en la esquina parecía observar todo a su alrededor, ahí en la oscuridad, en el silencio, seguía atrapado dentro de una imagen, pagando las culpas de su vida. Julia apartó la vista del espejo y pasó sus manos por su ahora delgado cuerpo, se estremeció, volvió a girar su mirada al espejo y ahí la esperaban los ojos de la anciana, clavados en los de ella, como si fuesen lo mismos ojos.
Fin de la segunda parte … mirando fijamente el espejo. .