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“Aquella señora” tercera parte
Por LA MADA (Magdalena Edith Carrillo Mendívil)
www.lamaddalenaedi.blogspot.com

“Sinopsis de la primera y segunda parte… y hasta aquí vamos: Julia, una chica sencilla que vivía en una ciudad fronteriza durante los años setentas, viaja a una ciudad colonial a visitar a sus tíos y primos, sufre un desmayo después de toparse por segunda vez con una anciana de ojos mezquinos, falda a cuadros y sweater tejido, se despierta en otro cuerpo, el de Alejandra, en la misma ciudad pero en una época perteneciente al último cuarto del siglo XIX, empieza a conocer los sucesos que se desarrollaron en esa vida pasada en la que reencarnó para tratar de entender que es lo que la anciana le pedía desesperadamente que buscara. Sigamos pues…”
El sótano de la casa estaba lleno de muebles, cajas, baúles llenos de ropa y sombreros, cuadros… retratos. Había muchos retratos de los antepasados de la familia, algunos de ellos de mala calidad, fueron relegados a la oscuridad, aquellos de buena fábrica seguían colgados en los corredores y salas de la casona. Sin embargo el retrato del marqués de Aguayo había quedado relegado a las sombras pese a ser una obra de un reconocido pintor, en algún momento el museo de historia de la ciudad se los quiso comprar, pero ellos prefirieron ocultarlo, sobre todo después de darse cuenta del gran parecido que día con día iba teniendo el rostro de Alejandra a aquel lejano pariente. Lo que más preocupaba a sus padres no era el parecido físico, sino que cada vez el carácter de Alejandra se iba volviendo más cruel, Alejandra no conocía la empatía y no había nada que la hiciese feliz. Sus padres pensaron que tal vez un hermano le ayudaría a sociabilizar, pero su madre por alguna extraña razón no pudo volver a parir, cada vez que quedaba en cinta al cuarto mes perdía el niño, y así por cinco veces hasta que la edad y la tristeza le impidieron volver a engendrar. Sucedió así que la ama de llaves quedó a cargo de la pequeña hija de su único hijo, él y su joven esposa murieron a causa de la viruela, Josefina, viuda y el único pariente cercano de la niña, habló con el matrimonio para que le permitiesen llevarla a vivir con ella, la madre de Alejandra se enamoró de la pequeña en cuanto la vio y le dio el trato de hija, la niña fue bautizada como Julia Inés, corría el último cuarto del siglo XIX y la vida para ella brillaba cada amanecer… la de Alejandra se ensombrecía cada vez que Julia Inés reía, era como sí el alma de Alejandra se fuese afilando como sucedía con su cuerpo y facciones, tan angulosa era toda ella, que parecía que al tocarla se fuese uno a pinchar y caer envenenado en un profundo sueño como la bella durmiente.
Alejandra y Julia Inés nunca se llevaron bien pese a los esfuerzos de Julia Inés, Alejandra la miraba con recelo y mucha, mucha envidia, parecía una maldición, cada vez que Alejandra deseaba un mal para Julia Inés, este daño se revertía en ella y su rival florecía… esto no pasaba de ser un mal que carcomía solo a Alejandra, hasta que conocieron a Alberto Fabré, un joven criollo de padres valencianos que estaban de visita por la ciudad, atraído por la fama de los dueños de las minas y ricas haciendas ganaderas, el padre de Alberto, un acaudalado comerciante de modas, siempre estaba detrás del dinero y por supuesto, detrás de las mujeres que pertenecían al frívolo círculo y que pudiesen pagar su costosa mercancía: últimos diseños europeos fabricados con las telas más caras del país: brocado, terciopelo, el damasco, encajes, seda, corsés, mantillas de encaje… todas las damas de sociedad hacían cita con el Sr. Fabré y su sastre francés, un tal Chaput, que hacía maravillas con la aguja y el hilo, parecía un hechizador de la costura, bastaba con que viese fijamente por unos segundos a sus clientas y podía conocer sus medidas exactas, rara vez las tocaba, solo cuando la vibra de la clienta lo obligaba a hacerlo, ya fuese para controlar su ira o para advertirle de un daño que estaba a punto de suceder. Los antepasados de Chaput sufrieron el acoso de la inquisición, él era mirado con recelo por la Iglesia pero terminaba ganándose los favores del clero gracias a sus maravillosos dedos que cosían como nadie, hubiese sido capaz de hacer un palio real con una tela de algodón. Chaput era un hombre virtuoso, de espíritu libre, generoso, desgraciadamente era viejo y sus días en este plano terrenal eran pocos.
El día que el Sr. Fabré y su sastre Chaput fueron recibidos en la casa de los padres de Alejandra, se vivía gran revuelo, los sirvientes subían y bajaban y en la cocina se preparaban los más exquisitos manjares para deleitar, no solo al comerciante y su acompañante, sino al grupo de damas que habían sido invitadas a la intimidad del hogar para hacer también sus pedidos. Alejandra y su madre habían estado hojeando libros de moda, “El salón de la moda”, “La última moda”, era raro verlas en tan animada armonía, generalmente la madre de Alejandra andaba detrás de ella, y ella indiferente rara vez le dirigía la palabra o la miraba a los ojos. Julia Inés las veía encantada, cuando Alejandra estaba feliz la vida fluía más ligera, para todos. Por aquellos días entró a trabajar una nueva mucama, Sebastiana, una mujer seca por los años, con los ojos muy pegados a la nariz… una mujer con falda a cuadros y sweater tejido que de alguna forma empezó a intimar con Alejandra, su madre desconfiaba pero al menos su hija podía ser capaz de relacionarse con alguien del servicio sin gritarle o insultarle, sin embargo, algo no estaba bien.
Por fin sonó la campanilla, el mayordomo fue a abrir la puerta, las señoras del círculo más selecto de la sociedad ya estaban reunidas y ansiosas. Sin embargo no llegaron solo dos invitados, Alberto Fabré, hijo del comerciante iba con ellos. Cuando se dirigían al salón el joven volteó la mirada al corredor que llevaba a la cocina y vio a Julia Inés que venía de revisar los últimos detalles de la cena. Se cruzaron las miradas de ambos jóvenes y se dieron cuenta que sus vidas estarían unidas a pesar del tiempo, el odio… y la brujería.
Final de la tercera parte sin tomarse la copa de vino que nos ofrece Sebastiana… no vaya siendo.