Skip to main content

“Aquella señora”
cuarta parte
Por LA MADA (Magdalena Edith Carrillo Mendívil)
www.lamaddalenaedi.blogspot.com

Chaput, el sastre francés comenzó a observar a las invitadas, quienes fascinadas y asombradas eran testigo de la destreza del tal Chaput quien al tomarle la medida a Julia Inés, la tocó delicadamente y sus ojos se llenaron de lágrimas, al tiempo que volteaba a ver a Alejandra, su mano se alargó para tratar de sanar su ira, pero no pudo llegar a tocarla, su mano se quedó paralizada como si la hubiese acercado al fuego, todos los presentes se quedaron mudos, nadie comentó nada y siguieron con su tertulia.
Al terminar la demostración de telas y demás accesorios que ofrecía el señor Fabré, el joven Alberto emocionado pidió permiso para poder cortejar a la joven Julia Inés. Los tutores de la joven aceptaron encantados pensando en dejar bien acomodada a la nieta de su querida ama de llaves, además ella se portaba como la hija amorosa que Alejandra nunca supo y ni quiso ser.
Al enterarse del cortejo, el rostro de Alejandra se descompuso por completo, fue como si hubiese envejecido diez años de golpe y su cuerpo se empezó a consumir, Sebastiana influía cada vez más en Alejandra, el pasado de Sebastiana comenzó a fundirse con el presente de Alejandra… hasta que llegaron a forman una sola entidad cargada de odio.
Alberto y Julia Inés se casaron y tuvieron una hermosa niña, la vida transcurría aparentemente normal, Alejandra se había convertido en una solterona, fea y amargada, pese a los esfuerzos de sus padres de conseguirle un partido medianamente aceptable, los pocos que se atrevían a aceptar la dote eran oportunistas en decadencia que necesitaban inyectar dinero para activar sus haciendas, muchas veces el apellido era su única garantía, dos de esos pocos, los más decididos, murieron de manera extraña, un experto jinete cayó de su caballo más manso sin motivo alguno, el otro, dicen que murió de un susto… los dos del corazón.
La hija de Alberto y Julia Inés creció en el hogar adoptivo de ella, los años pasaban en cordial armonía hasta que un día sin haber indicios de ninguna enfermedad la joven pareja amaneció sin vida, juntos en su lecho nupcial tomados fuertemente de las manos, tan fuerte que fue imposible separarlos y tuvieron que hacer una caja especial, fueron velados y enterrados tomados de la mano como siempre lo hicieron en vida.
Durante el velorio Alejandra y Sebastiana se desaparecieron, estaban en el sótano de la hermosa casona y con el cuadro del marqués como único testigo. Sebastiana fue quien preparó los brebajes que tomaron los dos infelices prospectos de Alejandra y fue ella quien preparó el último té que tomó la pareja, todo por encargo de Alejandra que al enterarse que era una bruja perseguida por sus malas artes formó una maquiavélica alianza con ella. El trato era recibir una fuerte cantidad de joyas de la familia y Sebastiana desaparecería de madrugada. El momento del velorio y del entierro era el ideal, todos nublados por el dolor no notarían su ausencia, la casa estaría sola y el trato podría consumarse, sin embargo, Sebastiana al ver el verdadero amor sintió temor por la fuerza de ese sentimiento puro, eso no era bueno para ella, necesitaba arrepentirse, de no ser así vagaría su alma eternamente en busca de perdón. Alejandra y ella discutieron, Sebastiana amenazó con delatarla y entregarse, Alejandra ardió en cólera y se abalanzó contra la frágil Sebastiana al tiempo que le encajó con toda su fuerza una daga, una hermosa daga dorada adornada con piedras preciosas, una daga que pertenecía al botín que recibiría Sebastiana quien cayó estrepitosamente al tiempo que Alejandra era absorbida por el cuadro, gritaba desesperadamente, pero en cuestión de segundos todo quedó en el más miserable silencio. Los padres de Alejandra regresaron a la casa con la pequeña en brazos, fue en ese momento que notaron la ausencia de ambas mujeres. Buscaron por toda la casa, no encontraron nada, buscaron en el sótano y lo único que vieron fue el alhajero abierto… ninguna joya faltaba, únicamente la daga. Movieron todos los muebles, la madre de Alejandra vio el cuadro del marqués y pidió que lo metieran al fondo, muy al fondo donde nadie pudiese verlo, después verían que hacer con él.
Pensaron que la única culpable era Sebastiana, la familia se enteró que era una bruja perseguida en todo el país, sin embargo, Sebastiana nunca dejaba huella, esta vez tampoco había huella de Alejandra, era como si la tierra se la hubiese tragado, nadie se hubiera imaginado que aquel cuadro en el fondo del sótano la había atrapado en sus entrañas, la madre de Alejandra lloró su ausencia por el resto de su vida, pero la pequeña hija de Julia Inés iluminó su existencia.

Al momento que Alejandra fue tragada por el cuadro del marqués, Julia despertó asustada y sofocada en su realidad, Julia había estado unas horas inconsciente, pero había vivido años de una vida pasada. Despertó mirando desconcertada a su alrededor dudando donde se encontraba, quería hablar, pero el impacto era tal que no le salían las palabras, poco a poco fue recobrando el habla y la movilidad, sus tíos y sus primos la rodeaban con una cálida sonrisa, se sintió aliviada y feliz de no estar más dentro del malévolo cuerpo de Alejandra, sin embargo, tenía que cerrar ese ciclo de vida pasada, irónicamente, tenía que ayudar a Sebastiana.
Minutos después de haber vuelto a la consciencia, Julia pudo relacionar a la madre de Alejandra con el retrato que tenía su abuela y que veía con tanto amor. ¡Su abuela era la hija de Alberto y Julia Inés! La pequeña niña huérfana que fue criada como una hija y terminó siendo la heredera de aquella fortuna que por poco se pierde totalmente durante la Revolución. Julia entendió por qué su abuela Benita no podía hablar cuando veía aquella vieja fotografía, los recuerdos le cerraban las cuerdas vocales y se apretaban muy fuerte contra su garganta casi cortándole la respiración cuando recordaba aquella mujer del retrato, aquella que la acogió cuando sus padres murieron. Aun y cuando los mayores de la familia sabían su historia, ella nunca hablaba de ella.
En cuanto pudo alzarse de la cama, Julia caminó hacia el balcón y se asomó, ahí, abajo estaba esperándola la anciana de los ojo mezquinos, la falda a cuadros y el sweater tejido, abajo la esperaba Sebastiana con su mirada, ahora suplicante, solo si Julia lograba encontrar la daga y destruir el cuarto ella sería libre y probablemente también el alma de Alejandra descansaría.
Bajó al sótano en silencio cuando nadie se diera cuenta, no tenía miedo, sabía dónde buscar, encendió la pálida luz y fue directo al fondo del cuarto, ahí estaba el cuadro del marqués de Aguayo, intacto como si hasta el polvo y las ratas hubiesen tenido miedo de él, lo levantó y justo debajo estaba la daga, a pesar de nunca haberla visto en su vida presente, la reconoció, el arma era tan familiar como el cuadro mismo, el corazón estaba a punto de cuartearse y romperse, con pulso firme rasgó una y otra vez la pintura hasta que quedó totalmente destruida, una nube de humo gris salió de lo que quedaba del cuadro emitiendo un horrible chillido, ella se quedó inmóvil, aliviada al fin de ese peso que tenía en su corazón desde siempre. La familia bajó al sótano, al escuchar el grito que llegó a la planta alta, ahogado y calmado por los gruesos muros. La encontraron ahí, todo estaba en orden, no quedó ningún testigo de la destrucción de la temida pintura, Julia apretaba fuertemente su puño, como si la daga estuviese atrapada por sus dedos… se dio cuenta que no tenía nada hasta que sus uñas se encajaron en la palma de su mano. Volteó y sonriendo les dijo: vi una rata. El asunto no dio para más. Julia se asomó al balcón y pudo ver a Sebastiana caminando tranquilamente calle arriba, hacia la plaza, en ese momento volteó y le sonrió agradecida con su boca casi vacía de dientes, siguió su paso, ahora sereno, hasta que su pequeña y delgada silueta se desvaneció entre la neblina dorada del atardecer. Llamó por teléfono a su abuela Benita, ella le dijo: Muchas almas hoy descansarán en paz, al tiempo que encendía la vela que guardaba confiada en que llegaría este momento. Julia pensó en sus bisabuelos, Alberto y Julia Inés, en los padres de Alejandra que adoptaron y amaron a su bisabuela como una hija y más tarde a Benita, pensó en Sebastiana y su arrepentimiento que trascendió el tiempo y pensó en Alejandra, quien por fin era libre para poder sufrir su proceso en otro plano.
Libre como se sentía, retomó sus vacaciones, salió a pasear con sus primos. Se paró en la vitrina de aquella tienda de antigüedades que tanto le gustaba… Vio a la venta el cuadro del marqués de Aguayo y a su lado la daga dorada decorada con piedras preciosas…siguió caminando sin perder estos valiosos y malditos objetos de vista al tiempo que su cuerpo chocaba con el de un joven, ambos invadieron dulcemente el mundo del otro con esta primera y eterna mirada.

Fin de la cuarta y última parte caminando baja la dorada luz de un farol reflejándose en sobre el adoquín húmedo.