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Nos urgen más científicas, erradiquemos ya los obstáculos sistémicos…
Dra. Verónica Arredondo

En México, lo hemos expresado algunas, las mujeres no tenemos las mismas oportunidades para desarrollarnos dentro de la ciencia que los hombres, aun así, los avances que hemos logrado en las distintas disciplinas científicas, deben destacarse y reconocerse. El aporte de las mujeres al desarrollo del país no solo es importante sino trascendental y es necesario que se siga impulsando.
Cuando era estudiante de bachillerato y teníamos que tomar la decisión del área en la que nos íbamos a desempeñar, la carrera por la que optaríamos, muy pocas mujeres se decidían por alguna disciplina científica. El fenómeno nos parecía incluso natural. Teníamos la cabeza llena de clichés. No lo entendíamos entonces, pero vivíamos, y vivimos, en un contexto cultural donde los estereotipos de género nos llevan a normalizar prácticas que si las analizamos y evaluamos resultan injustas, violentas y antinaturales.
Los estereotipos de género siempre han vinculado la ciencia con la masculinidad. En general, en la realidad, los estereotipos vinculan la construcción del mundo, de la civilización, con el hombre, invisibilizando la existencia de la mujer. En lo práctico de la rutina diaria, siempre me cuestiono, ¿por qué no veo mujeres electricistas, fontaneras, mecánicas, carpinteras, albañiles? Sé que las hay, pero son muy pocas quienes ejercen estas tareas en el ramo profesional.
En un párrafo anterior decía, que las cosas nos parecían naturales, porque de alguna manera lo son, a pesar nuestro. De acuerdo con un informe del Instituto de Estadísticas de la Unesco, menos del 30 por ciento de quienes hacen investigación en el mundo son mujeres. El UIS, por sus siglas en inglés, destaca asimismo, que las mujeres que se desarrollan en las áreas de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, publican menos, les pagan menos y no ascienden tan rápido en sus carreras como los hombres, que realizan las mismas labores. La Unesco reconoce el estereotipo de género llamándolo de otro modo: estigmatización, discriminación. En muchos países y culturas, es mal visto que las mujeres ejerzan dentro de, por ejemplo, los campos relacionados con las tecnologías de la información y la comunicación (TIC). A nivel global, entre los años 2014 y 2016, Unesco detectó que solo 3 por ciento de quienes estudian carreras afines a esta área son mujeres; en otras disciplinas como ciencias naturales, estadística, matemáticas en general, la cifra apenas asciende al 5 por ciento. Los números hablan por sí solos, nos describen un panorama que es “normal”, “natural”, desalentador, y que deberíamos estar haciendo algo por transformarlo e incidir en nuestra realidad.
Las mujeres somos la mitad de la población mundial, pero parece que participamos tan poco de la cotidianidad, que se nos puede enmarcar como objetos decorativos, lo cual es falso. Hemos construido codo a codo el mundo con los hombres. Pocos nombres de mujeres aparecen en la historia porque son los hombres quienes han contado las cosas. La estructura de nuestra civilización y sus instituciones gubernamentales, privadas, sociales, familiares, han hecho manifiesto que para que una mujer ejerza su libertad, sus deseos, sueños, profesión, va a tener que salvar obstáculos ahí donde al hombre se le otorgan facilidades. ¿Por qué? Porque son nuestras costumbres. Son unas costumbres reales que ha impuesto el sistema patriarcal que impera en todos los países. Las mujeres tenemos difícil desarrollar nuestros conocimientos científicos, pero no precisamente por las exigencias propias de estudiar una disciplina sino por los obstáculos que nos encontraremos a nuestro paso en su ejercicio, obstáculos sistémicos.
Los países tendrían que estar abordando la cuestión de los estereotipos, la discriminación y la estigmatización contra las mujeres en la ciencia, para que se impulsara que las niñas, jóvenes, mujeres, tuvieran todas las facilidades de optar por las áreas científicas, si así lo desean. No digo que no se estén llevando a cabo programas y reformas, pero no son las suficientes.
En México contamos con el CONACYT, la institución encargada de impulsar el desarrollo científico en el país, que mediante diversas estrategias aborda su tarea promotora, productiva, creadora. Una de las herramientas con que dota a la sociedad de activar la investigación científica es un programa llamado SNI (Sistema Nacional de Investigadores). Si analizamos sus diversas distinciones, el sesgo de género que existe, demuestra que estamos muy lejos de alcanzar una plataforma que realmente vea por las mujeres.
Yo celebro que exista el SNI y el CONACYT porque es necesario que existan canales e instituciones que salvaguarden la ciencia y su ejercicio. Las mujeres tenemos doble o triplemente complicado optar por convertirnos en científicas, porque todo ha sido diseñado para facilitar el camino, del día a día de los hombres. Si de verdad existiera una perspectiva de género dentro de las instituciones científicas, creo que veríamos más mujeres ejerciendo en la investigación, en la academia, en las empresas privadas, pero no es así. Hace falta mucho trabajo, sensibilización, políticas públicas, educación, perspectiva de género real, para que las instituciones funcionen también para las mujeres.
Lo que también quiero decir es que un hombre que se convierte en un científico, investigador, académico, lo ha hecho, además de por sus propios méritos por supuesto, porque bien que mal, ha encontrado una estructura que ha sido creada y dispuesta para ello. En cambio, una mujer que ha logrado ocupar un lugar dentro de alguna universidad, algún centro de investigación, además de lograrlo por sus propias capacidades, ha tenido que librar esa misma estructura social que al científico le favorece. No sé si me explico, pero es lo que yo y otras colegas y compañeras, reconocemos, sabemos, vivimos. A través de los años y nuestra trayectoria, se ha hecho todo lo posible por desanimarnos y abandonar la ciencia.