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Nuestras difuntas y difuntos

Dra. Verónica Arredondo

No sé si decir que celebramos, que conmemoramos, que esperamos, que estamos de fiesta, por el regreso de nuestros y nuestras fieles difuntos. Varias veces lo intenté explicar a los amigos y personas que conocí mientras estuve en otros países. Les explicaba que en México el 1 y 2 de noviembre, solíamos esperar que los muertos nos visitaran; les decía que poníamos altares y ofrendas llenas de colores, de comida, de bebida y otros objetos que sabíamos les gustaban a nuestros muertos. Era muy difícil que ellos, mis amigos de otros países, lo comprendieran, que lo sintieran. Nuestro culto a los muertos, nuestros negarnos a olvidarlos, es una característica muy nuestra. La fiesta que organizamos en torno a nuestras querencias, amigos, familiares, es única en el mundo.
Desde que tengo memoria he visto cómo se ponen altares, ofrendas y fotografías de antepasados, conocíamos y reconocíamos sus nombres. Cada vecino hacía algo similar. Entonces me parecía normal y natural la celebración del Día de Muertos. Sin embargo, esta bella tradición, no es compartida en ningún otro país, al menos con las características mexicanas. Sí, otras culturas, poblados, tienen sus maneras de celebrar a sus seres queridos que ya no están con nosotros, pero, esto, de esperar que una vez al año, las almas de nuestros familiares fenecidos nos visiten, es un hecho muy mexicano. Hecho que celebro y admiro.
Pero en medio de esta tradición, se encuentran inmersos el amor, el dolor, el cariño, la realidad, la tristeza, la comprensión, muchas emociones que trae la muerte de uno de nuestros seres amados y su recuerdo. Todos y todas tenemos un cariño que se nos ha ido. Su ausencia nos perturba. Nos cuesta mucho aceptar su partida, saber que no lo veremos más. El Día de Muertos quizá nos ayuda a sobrellevar la pena y nos devuelve la alegría porque creemos que ellos y ellas vendrán a abrazarnos de alguna forma, tangible, intangible. Podemos convivir con la muerte y hacerla parte de nuestra propia vida, de la vida comunitaria, de la sociedad. Incluso parece que no le tememos, que le tenemos respeto sí, pero que no nos ahogamos cuando tocamos el tema y eso es otro gesto que nos distingue, poder hablar de la muerte.
Vivimos en un país donde a diario se reportan actos violentos, asesinatos, muertes. Todos los días la nota roja domina los encabezados de los medios de comunicación. Vivimos con miedo, inmersos en las olas de violencia que azotan a nuestra comunidad. De acuerdo con un informe presentado por Rosa Icela Rodríguez, titular de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, de enero a julio de 2022, se reportaron 18mil 93 homicidios en el país, un promedio de 85 diarios. En este mismo periodo, se perpetraron 545 feminicidios, con una tendencia a la alza de acuerdo con el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública. En una nota que leí hace unos pocos días en el periódico Reforma, se menciona que 7 de cada 10 muertes de jóvenes en el país son por asesinato. Creo que podemos estar orgullosos de nuestras tradiciones, pero nunca de la realidad que estamos viviendo.
Me parece que exaltar y celebrar el culto a la muerte no tiene nada que tengamos que aceptarla así, tan llana, tan desnuda. Hay formas de morir que pueden pasar por normales, una muerte por enfermedad, por vejez, quizá por un accidente, pero es que en México acontecen muertes que no tienen ninguna validez ni sentido. La violencia que nos embarga nos convierte en rehenes del poder, nos aísla, nos maniata. El ejercicio de la violencia sistémica hace que nuestras formas de vida se deformen y el Estado, sus instituciones, nuestros representantes, pareciera que no están haciendo nada para que el contexto cambie. Tenemos muchos muertos todos los días que son asesinados de las formas más burdas y crueles y el establishment todavía se atreve a asegurar que “vamos ganando” en contra la delincuencia.
A todas y todos nos ha tocado la violencia, la muerte ha tocado nuestra puerta de la peor manera. Quizá algunas no nos demos cuenta, pero es que ello cambia nuestra forma de pensar, de actuar, de vivir. Las mujeres, sobre todo, nos vemos en la necesidad de no hacer muchas actividades que nos gustarían y que son esenciales para nuestro desarrollo. Hace no mucho, yo perdí a mi hermano, su muerte no debió de haber ocurrido. Nuestras tradiciones me ayudarán a que lo reciba como a él le gustaría este 1 y 2 de noviembre, pero es que no, es que preferiría abrazarlo en vida, su partida de ninguna manera fue natural.
Celebrar el Día de Muertos es honrar a los que ya no están y guardarlos en nuestra memoria, yo lo festejo, lo comparto, me gusta relatárselo a mis amigos de otras partes del mundo, socializo que en México nunca olvidamos a los nuestros, pero.
Durante 2021, en la República Mexicana, 3,462 mujeres fueron asesinadas, con un promedio de 10 feminicidios al día, de acuerdo a datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad. Nuestras mujeres, hermanas, que fueron asesinadas, vendrán a visitar las ofrendas y abrazar a sus seres queridos, pero esas mujeres no deberían estar muertas, el Estado tendría que haber garantizado su seguridad, su desarrollo, su educación, su derecho al trabajo, pero no lo hizo. El Estado no ha terminado de cumplir con su labor de asegurar el bienestar.
Sí, celebremos y honremos la memoria de nuestras difuntas y difuntos, pero no olvidemos que muchas y muchos de ellas y ellos, no partieron de forma natural, imploramos que la violencia en nuestro país termine, contribuyamos todos desde lo que corresponde, asumamos!