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La esencia de la ausencia

Por la Dra. Verónica Arredondo

Hay un texto del poeta uruguayo Mario Benedetti, el poema, que también convirtieron en canción, se llama “Consternados, rabiosos”, me viene a la memoria por algunos de sus versos: Así estamos / consternados / rabiosos / aunque esta muerte sea / uno de los absurdos previsibles.

Así estamos en nuestro bello Zacatecas, consternados y rabiosos y seguimos sin entender muertes tan absurdas como las que suceden. Así estamos tantas y tantas familias, madres, padres, esposos, hermanas, hermanos, hijos, hijas, nuestros amigos, la sociedad. Mi hermano Carlos, cumpliría 37 años el 7 de enero. Mi familia y yo así continuamos, consternados, tristes, rabiosos, por su injusta partida vivimos con el alma mutilada.
No hay ninguna razón válida que justifique la crueldad con la que tenemos que lidiar, el desasosiego que experimentamos, la inseguridad que debemos librar durante las 24 horas de cada día de la semana. Abrazo a cada una de las familias que han sufrido pérdidas tan antinaturales. Esta semana familiares, amigos y Zacatecas, sufrieron la pérdida de Raúl Calderón Samaniego, los abrazo solidariamente.

Dice mi padre que mi hermano Carlos es la esencia de la ausencia, siento su ausencia, otra vez recurriendo al poema benedettiano, en los cuadros, los sillones, las alfombras; siento su ausencia cada vez que sonrío o estoy triste. La tristeza debe ser de alguna forma también un combustible, un fuego que hace que me despierte y salga a la calle a hacer las cosas que tengo que hacer y funcione como debo de funcionar.

Hay otras ausencias, por supuesto, de gente, de los que nos hemos alejado, de las que simplemente el camino de la vida me separó, y eso es entendible y lógico, porque aunque me gustaría en algunos casos que siempre me acompañaran, por alguna razón ya no es así.

La realidad nos pone obstáculos, la construcción de la vida nos lleva a operar de formas que nunca nos imaginamos, la muerte de un ser amado, el distanciamiento de algún amor, nos sacude y hace que salgamos de la zona de confort en la que vivíamos. Porque además, debemos continuar. La vida no se detiene, el tiempo sigue transcurriendo y avanzando hacia quién sabe dónde, la arena del reloj sigue cayendo y ahogándonos de tareas y trabajos y ocupaciones.

A veces nos damos cuenta que vivimos con el alma amputada, que caemos en el vacío, todas las cosas pesan mucho, hay días que son peores que otros, el malestar físico se hace presente. Nos sentimos desamparados, los objetos cotidianos se convierten en gigantes que nos encadenan. Salimos al mundo y nos enteramos de los hechos que lo acompañan. De la violencia que impera en el país, de lo maltrecho de las finanzas públicas, de la falta de empleos dignos, de la pobreza. Todo ello no hace más que sumirnos en la depresión, la angustia, de la decepción, el enojo. De repente ya no sabemos ni para dónde hacernos.

Todo pareciera ser gris, o negro, y sí, hay que aceptar que la realidad es salvaje y no da tregua. Sin embargo, tenemos amigos, familia, compañeros, que han decidido estar de nuestra parte, caminar junto a nosotras. Asistirnos de la mano para salvar los obstáculos que nos presenta la vida.

Yo creo que tenemos derecho a estar tristes, podemos estarlo, no se trata de festejarlo tampoco, sino de entenderlo. Tenemos que comprender que las sensaciones de tristeza, angustia, depresión, también responden a circunstancias que están fuera de nuestras manos, que tienen un carácter público, que podemos politizarlo, porque vivimos en una comunidad, una sociedad, que se debe hacer cargo de sus componentes.

Estoy segura, y lo lamento, que muchas y muchos lectores entenderán lo que digo porque alguna vez se han sentido así: tristes, abandonados, derrotados, rabiosos. Espero que este texto los haga sentir un poco menos solos.
Yo quiero agradecerles a todas mis amigas y amigos, a mi familia, que estén conmigo; que sean parte de mi lugar seguro en el mundo. Quiero agradecer que me acompañen y que estén pendientes de mí.

Decía en un texto anterior que la felicidad siempre se encuentra en lo sencillo, y creo que de las cosas más sencillas es compartir la mesa con quienes amamos y nos aman. Vivimos un fin de un año y el principio de otro, y aunque el conteo del tiempo responda más a una convención cultural, social, animémonos todos y todas a pasarla lo mejor que podamos.