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LA NORMALIZACIÓN DE LA VIOLENCIA DOMÉSTICA

Por: Isadora Santivañez Ríos

En ocasiones, algunos temas, como la violencia doméstica, llegan a ser tan normalizados, que resulta extraño extender su visibilización y hablar de ellos en este tipo de medios, sin embargo es necesario generar rutas críticas que sirvan como soporte para muchas personas que puedan estar padeciendo este tipo de delitos, ya que llega a ser tan común su práctica que se consideran como acciones normales y típicas del hogar, lo que nos lleva a establecerlas dentro de la convivencia familiar como algo cotidiano, y con ello, no se tiene conciencia de la gravedad de las mismas, incluso se desconoce que este tipo de acciones constituyen un delito.
La violencia doméstica es un patrón de conducta coercitivo y controlador que ejerce algún integrante de una relación de pareja, hacia el otro, o hacia alguno de los integrantes del núcleo familiar, como lo pueden ser los hijos; esto con el objeto de sentirse con el derecho a tener el control y poder sobre su pareja, o algún otro miembro de la familia, puede incluir acciones que violenten a la otra persona desde el ámbito emocional, psicológico, físico, financiero, o sexual.
En la mayoría de los casos, este tipo de delitos es cometido por el varón y las víctimas suelen ser las mujeres, quienes pueden llegar a correr un gran peligro mortal, ya que el patrón de comportamiento de la persona que ejerce este tipo de violencia, está diseñado para provocar que la víctima dependa del maltratador, ya sea económica o emocionalmente hablando, lo que la coloca en una condición de vulnerabilidad, haciéndola sentir incapaz y dependiente.
Es por ello, que a la persona víctima de violencia doméstica, le resulta tan complejo intentar huir o alejarse de su agresor, aumentando así el riesgo de seguir siendo violentada y de que las acciones ejercidas en su contra sean cada vez más fuertes, contundentes y constantes.
En nuestra cultura, el arraigo del machismo y la creencia intrínseca de la superioridad del varón sobre la mujer, nos lleva a ser uno de los países con mayores índices de violencia doméstica a nivel mundial. La situación es tan compleja, que durante la pandemia provocada por el COVID-19, la violencia doméstica contra la mujer aumentó un 60%, lo que demostró que, en México, las mujeres no pueden estar seguras ni en sus propias casas, ni conviviendo única y exclusivamente con su núcleo familiar más cercano.
Es decir, México es un país violentador, en el que 2 de cada 3 mujeres afirman haber vivido algún tipo de violencia ejercida por su pareja sentimental, y la mayoría de ellas, ha permanecido en esa relación después de haber sido víctima de este delito, otorgándole a su pareja la confianza de que todo lo vivido es producto del amor y la posesión, justificando las acciones del agresor e incluso culpándose de ser ellas quienes provocan que se les violente.
Por muy irreal que parezca, esto sucede más frecuentemente de lo que pensamos y se ha llegado a normalizar a tal grado que ante los ojos de la sociedad, resulta injustificado separarse de la pareja por este tipo de acciones.
Se llega a afirmar que quien toma la decisión de alejarse de su agresor lo que provoca es “la destrucción de una familia”, revictimizando a la mujer, al culparla por intentar salvaguardar su integridad y la de sus hijos.
En ocasiones anteriores he hablado de lo difícil que resulta para las mujeres vivir y subsistir en un mundo que las tiene relegadas, violentadas, maltratadas, desvalorizadas y señaladas, sin embargo, la violencia doméstica es una de las máximas manifestaciones de desigualdad social que padecen y una de las más frecuentes y cotidianas.
Este delito es uno de los más comunes y también de los más normalizados, es necesario que las mujeres aprendan a vivir fuera de cualquier manifestación de violencia, que dejen de amar a sus agresores, que trabajen desde el ámbito emocional y psicológico para que puedan ser libres e independientes y con ello marquen un camino en positivo para las futuras generaciones, hasta llegar el día en el que vivamos en un mundo en donde podamos estar sanas y salvas en cualquier lugar, incluyendo nuestro hogar.